Fiesta de san Josemaría

El día 26 de este mes, la Iglesia Universal celebra por vez primera la Fiesta de San Josemaría. “Creo interesante recordar a este santo moderno (1902-1975), español, que vivió algún tiempo en Logroño y que por inspiración divina fundó el Opus Dei”, dice la autora de este artículo publicado en ‘Diario de Noticias’.

Creo interesante recordar a este santo moderno (1902-1975), español, que vivió algún tiempo en Logroño y que por inspiración divina fundó el Opus Dei, Prelatura personal de la Iglesia. Él ha abierto un camino de santidad para los bautizados. Cualquier ciudadano, dentro de la vida ordinaria, puede seguir el ejemplo de Jesús, que pasó treinta años, como uno más de su pueblo, ganándose la vida en un trabajo artesano. El Papa definió a San Josemaría como el santo de lo ordinario.

¿Qué podríamos destacar de su vida? Es tan rica su personalidad y las virtudes que vivió, que resulta difícil seleccionar. Me centraré en algunos aspectos, que considero más relevantes, aun corriendo el riesgo de no plasmar adecuadamente toda su fuerza humana y sobrenatural.

Cuando tuve la oportunidad de escucharle por primera vez, me impresionó su tremendo atractivo humano, una alegría contagiosa, la naturalidad con que pasaba de lo humano a lo divino y un inmenso amor a Dios, a la Stma. Virgen, a la Eucaristía. Y no he cambiado de opinión. Supo convertir todos los momentos y circunstancias de su vida en ocasión de amar a Dios y de servir a la Iglesia, al Papa y a las almas.

En su trato con los demás, quiso de verdad a todas las personas, incluso pedía a Dios por aquéllas que habían tratado de hacerle mal. Ese cariño le llevó a tener continuamente detalles para hacer la vida agradable a los otros, aun a costa de vencerse en sus apetencias, con naturalidad, sin pasar factura.

Sentía un profundo respeto por la legítima libertad de los demás en tantas cosas como hay, que son opinables. Repetía con frecuencia que si, en algún momento se coartara esa libertad a alguna persona, él se pondría inmediatamente de su parte. Era muy agradecido y aplicaba el refrán español: “Es de bien nacidos ser agradecidos”.

Nunca le gustó ni deseó ningún tipo de protagonismo, lo suyo era ocultarse y desaparecer, que sólo Jesús se luzca. Como muestra, destaco que no asistió a la ordenación de los tres primeros sacerdotes del Opus Dei; prefirió permanecer en su residencia y encomendarlos celebrando a esa misma hora el sacrificio de la Santa Misa. Ésta fue siempre su norma.

Enseñó que el trabajo, del tipo que sea, es camino y ocasión de santificación. Dios espera a cada hombre y mujer en sus obligaciones ordinarias; de ahí el deber y esfuerzo por hacerlas con puntualidad, con la mayor perfección posible, tratando de superarse día a día, sin buscar la gloria humana, ni la propia complacencia ante el deber bien cumplido. El trabajo así vivido y ofrecido a Dios tiene un sentido divino.

Un consejo suyo, que supone un modo muy concreto de desarrollar las actividades diarias, era: "Haz lo que debes y está en lo que haces". Así en todo momento se agrada a nuestro padre Dios, que no espera de sus hijos grandes hazañas, sino que cumplan con amor el pequeño deber de cada instante. Cuando tenía que hacer algo, en su vocabulario no cabía el mañana, después; sin dar lugar a la pereza, su respuesta era: nunc, ¡ahora! y recomendaba seguir esta pauta para ser eficaces en la vida.

Todo ello enraizado en la certeza de la filiación divina, que Dios le hizo experimentar con gran fuerza y luego supo transmitir. Somos hijos de Dios, un Padre cariñoso que nos ama con locura. Repetía la misma idea de San Pablo: omnia in bonum (todo es para bien). Todo lo que Él permite, sea agradable o desagradable, es para nuestro bien; Dios sabe más, porque tiene todos los datos de nuestra vida presente, pasada y futura. Como consecuencia de esta certeza afirmaba que nada ni nadie podía quitarle la alegría, "que estén tristes los que no se saben hijos de Dios". Por eso repetía que los cristianos hemos de ser sembradores de paz y alegría.

Daba ejemplo de lo que predicaba: tenemos que conocer a Cristo para mostrarlo al mundo; un conocer madurado y asimilado en la oración y hecho vida con las obras. Hemos de anunciar a Cristo a través de nuestra propia existencia, intentando ser Cristo que pasa entre nuestros hermanos hombres.

Fijándonos en las últimas horas que pasó en la tierra, podemos hacernos una idea de lo que fue su vida. Se levantó temprano, hizo media hora de oración y celebró la Santa Misa. La Santa Misa era el centro de su vida interior y de toda vida cristiana. Había dicho que durante la Santa Misa "deberían pararse los relojes". Junto al Sacrificio de la Cruz, la oración personal, en diálogo confiado con el Señor. "El único medio que hemos tenido en el Opus Dei y que tendremos siempre es la oración".

Después de desayunar dio un encargo para que se le dijera al Papa que estaba ofreciendo la Santa Misa por la Iglesia y por el Papa. "Hoy mismo he ofrecido mi vida por el Papa". Ya, en un par de ocasiones en que sufría grandes incomprensiones sobre el Opus Dei, se postró ante el sagrario pidiendo: "Si la Obra no es para servir a la Iglesia, ¡destrúyela!".

Estaba a punto de salir de Roma pero antes quiso ver a un grupo de mujeres del Colegio Romano de Santa María. Les habló del alma sacerdotal que tenemos todos los bautizados, distinta a los presbíteros; pero gracias al sacerdocio común, los laicos podemos ofrecer a Dios sacrificios agradables, unidos a Jesucristo. También habló del amor a la Iglesia y al Papa, a quienes debemos servir con eficacia.

Al poco tiempo, se encontró mal y regresó a su residencia. Como siempre hacía, acudió lo primero al sagrario saludando con amor a Jesús Sacramentado. Luego fue a su habitación y, como acostumbraba, dirigió una mirada cariñosa a la Virgen de Guadalupe; entonces cayó desplomado.

Cinco años antes, en un viaje que realizó a México, mientras veía una representación de la Guadalupana entregando una rosa a Juan Diego, había comentado que así le gustaría morir. Su devoción a la Virgen le llevó a la locura de construir un santuario mariano en el Pirineo aragonés. Allí acuden en peregrinación durante todo el año muchas personas, procedentes del Somontano aragonés, de la zona francesa y del mundo entero. Allí también se producen abundantes milagros, no ruidosos, en el interior de muchos corazones que, después de largos años lejos de Dios, la Virgen los lleva a reconciliarse con su Hijo.

Miles de personas, siguiendo sus enseñanzas, están luchando por ser fieles a Dios, procurando vivir con naturalidad las virtudes humanas y cristianas, en medio de las fábricas, de los hospitales, las tareas de hogar, la milicia, en el campo y en todo el inmenso panorama que abarca el ejercicio de cualquier trabajo honrado.

Asimismo, se ha iniciado la causa de canonización de muchos hombres y mujeres que han seguido el camino que él supo dejar esculpido: jóvenes, mayores, solteros, casados... porque, como recordaba San Josemaría, las palabras de Jesús "sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto", están dirigidas a todos, sin distinciones.

Una estela de santidad se ha extendido en el mundo, gracias a su respuesta generosa a Dios, cuando una mañana de invierno, siendo adolescente, descubrió en Logroño las huellas sobre la nieve de un carmelita descalzo.

Mª del Pilar Lázaro Torres// Diario de Noticias