Entre canciones y risas

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

"No quería que perdiéramos el tiempo por su culpa -comenta María del Carmen- y cuando iba a su casa a acompañarla, como sabía que yo tenía que preparar muchas asignaturas, me hacía que estudiara (...). Ella no perdía el tiempo; y deseaba aprovecharlo lo mejor posible para hacer apostolado (...).

Durante ese mes de enero venía sólo de vez en cuando a Llar. Pero a veces estaba tan desfallecida que no tenía fuerzas ni para vestirse: pero quería que la lleváramos a Llar. Le poníamos encima de la ropa de cama un abrigo largo, buscábamos un taxi, la subíamos y la acomodábamos en la cama turca de la sala de estar; y allí empezaba a hablar con sus amigas y hablarles de Dios".

Era un apostolado vibrante, juvenil y profundamente alegre: "Lo primero que hacía -recuerda Ana María Suriol- era ponerse a cantar acompañando su canto con una guitarra (...). Lo hacía para evitar que habláramos de ella y nos concentráramos en su persona. Procuraba, en una palabra, disimular como fuera sus dolores y enfermedad".

Otras tardes no se encontraba con fuerzas para moverse de casa, y aprovechaba la ocasión para hablar de Dios con las amigas que venían a verla. Pero en primer lugar estaba, como enseñaba el Fundador del Opus Dei, la oración y la mortificación por ellas. "Desde la cama -recuerda don Manuel Vall, el sacerdote que la atendía espiritualmente- hizo mucho apostolado con su oración".

Estaba, a pesar de los dolores, feliz. Aunque algunas mañanas, cuando abrían la ventana y llegaba hasta sus oídos el ruido cercano de la calle París, mientras la habitación quedaba bañada en luz, no pudiera evitar que le llegara al alma, sin quererlo, un cierto regusto de tristeza. Afuera, la vida parecía vibrar, pujante, con toda su fuerza, mientras que ella la iba perdiendo poco a poco... En esos breves instantes sentía todo lo que dejaba atrás.

"Había una canción que le gustaba mucho -sigue contando Rosa- y que cantaba como siempre a voz en grito, con todos los bríos de su juventud:

En la lejana montaña

va cabalgando un jinete

que ya ha perdido la viiiida

y va deeeeeeeeeeeeeeeee...seando la muerte.

Yo pienso que durante ese tiempo de su enfermedad ella aceptaba con toda su alma la muerte, pero no la deseaba. Quería vivir, deseaba vivir con todas sus fuerzas. Más tarde no; en los últimos meses ardía en deseos de encontrarse con Dios, y hablaba de la muerte como un abrazo con el Amor. Lo único que le daba repelús era el ataúd...

Cada vez soñaba más en el Cielo... Yo la animaba a vivir, y siempre que venía una nueva medicina, como aquellas inyecciones de un antibiótico japonés, le decía:

-Mira, Montse: aquí pone que en Estados Unidos ha dado unos resultados espectaculares... Verás qué buena es esta medicina. Esta sí, ésta sí que..."

"Yo por mi parte nunca vi -comenta la madre de Montse- que pusiera la menor atención a la medicación que tenía que tomar. Cada mañana, le distribuía las medicinas y nunca me dijo: 'Mamá, mamá, acuérdate de darme tal pastilla, que se nos ha pasado la hora...'. ¡Nada! Se las tomaba siempre como una autómata, con la mayor indiferencia... Y jamás me pidió: 'Mamá, vamos a hacer una novena para que me cure'. ¡Qué va! Ni se lamentó por su situación; eso, nunca, nunca, nunca".

"Es verdad -asiente su padre-. Las únicas pastillas que le costaron especialmente fueron las rusas, porque le producían unos vómitos terribles... pero se las acabó tomando".

"Un día -cuenta Rosa-, cuando llegué a su casa, me dijo:

-Hoy he estado pensando mucho...

-¿Sí? ¿Sobre qué?

-Estaba pensando que... le voy a decir al Señor que tú también te mueras.

-¡Ah, caramba...! ¿Pero qué dices?, le contesté yo, muy enfadada.

-Es que... pensaba que ya estarás cansada de andar así, y que te gustaría irte pronto junto al Señor...

Me dio un disgusto tremendo. Le dije que ella estaba preparadísima para irse al Cielo, pero que yo no lo estaba; y luego, de broma le comenté:

-Además, imagínate que en vez de irme al Cielo como tú... ¡me envían a otro sitio, al limbo, por ejemplo!

Se rió. Pero a partir de aquel momento la comprendí más y entendí mejor su dolor; me di cuenta de lo mucho que amaba yo la vida y de lo maravilloso que es vivir; porque la verdad, yo no tenía -ni tengo- ninguna gana de morirme... Y le dije, además, que no volvería a su casa hasta que dejara de rezar por aquello... Entonces me contestó que no me preocupara, que dejaría de rezar. Porque eso sí, era muy sincera: cuando decía una cosa, la cumplía...

De todas formas yo estaba intrigada: ¿deseaba morirse o no? Sólo una vez hablamos sobre eso. Sólo una. Fue tiempo después, cuando le dije:

-¡Pero Montse, ¿cómo se te ha ocurrido rezar por eso, cuando yo no tengo ninguna gana de morirme?! ¿Es que tú no tienes deseos de vivir?

Entonces me comentó, con toda sencillez:

-Mira Rosa: si sale una medicina nueva, me la tomaré; si me tienen que cortar la pierna, me la cortarán. Y si el Señor quiere que me muera..., me moriré. Yo lucho porque quiero vivir, porque soy del Opus Dei, porque quiero servir al Señor, porque quiero evitarle ese sufrimiento a mis padres. Quiero y amo la vida... Pero si Dios quiere que me muera, me moriré... porque también puedo ayudar desde el Cielo.

Y no hablamos más de eso".