Dos almas buenas y un mismo destino

Carta sobre la amistad entre San Juan Pablo II y Álvaro del Portillo.

ABC: Dos almas buenas y un mismo destino

Don Álvaro del Portillo quiso a todos los Papas a los que trató durante su estancia en Roma desde 1946 y 1994, pero fue con San Juan Pablo II con el que entabló una entrañable amistad. Una vez elegido Papa, Álvaro del Portillo le comunicó su proyecto apostólico en Asia, pero la preocupación del Papa polaco por el alejamiento de la fe cristiana de los países del norte de Europa hizo que el leal y servicial Álvaro del Portillo cambiara sus planes e hiciera suyo ese encargo apostólico del Vicario de Cristo en la Tierra. San Juan Pablo II nunca olvidó este gesto del sacerdote español.

El 13 de mayo de 1981, festividad de la Virgen de Fátima, el Papa sufrió un atentado en la Plaza de San Pedro; desde el primer momento que Álvaro del Portillo conoció el suceso pidió intensas oraciones a todo el orbe por la vida del Santo Padre; no faltó ni un solo día –siempre en silencio– a la plaza de San Pedro desde donde dirigía– mirando hacia la ventana del apartamento papal su plegaria a Dios por la salud de su amigo.

Fue San Juan Pablo II quien constituyó en 1982 el Opus Dei en Prelatura personal, nombrando a don Álvaro su primer prelado, y fue San Juan Pablo II quien canonizó en 2002 a su Fundador, San Josemaría Escrivá, ante la presencia de una ingente multitud de fieles en Roma llegados de todas partes del mundo.

Una de las preocupaciones del Santo Padre y de Álvaro del Portillo fue impulsar el papel de los laicos, «ese gigante dormido», dentro de la Iglesia y del mundo, cuya misión debía ser dar testimonio y transformar la sociedad.

En 1994, a las pocas horas del fallecimiento de Álvaro del Portillo, el Pontífice acudía a rezar ante sus restos mortales en la capilla ardiente instalada en la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz, en Roma –«era cosa dovuta, era cosa dovuta»–. Hondamente conmocionado quedó San Juan Pablo II al saber que su última misa la había celebrado el día anterior en Tierra Santa.

San Juan Pablo II y Álvaro del Portillo, dos místicos, dos sacerdotes con aspecto paternal, dos hombres buenos, dos miradas transparentes, dos sonrisas afables, dos corazones que latían por amor a Dios, a los que Él hizo coincidir en la Tierra y en el Cielo.

Carolina Crespo

ABC