De Galicia a Moscú para hablar de la familia

"Lo que tenemos que hacer es dar un curso en Rusia". La frase provenía de uno de los colaboradores habituales de Altamar, que por motivos profesionales viaja con frecuencia a los países del este de Europa.

Isabel con las organizadoras

Altamar es una asociación que desde hace cuarenta años se dedica a promover y desarrollar actividades con el objetivo de ayudar a las familias a mejorar en todos sus aspectos; fundamentalmente, su acción se centra en impartir cursos de orientación familiar sobre aspectos educativos y de relación entre los miembros de la familia.

A lo largo de su ya dilatada vida, nunca se nos había planteado la posibilidad de llegar tan lejos. Por ese motivo, la frase podía calificarse de “descabellada”. Sin embargo, apenas dos meses después, la idea había tomado cuerpo: se trataba de impartir dos sesiones a matrimonios moscovitas. Cuando la sorpresa inicial fue dejando paso al entusiasmo, llegó el momento de ir concretando los detalles: fechas, preparativos, presupuesto y forma de afrontarlo...

Y lo más importante: había que adaptar el curso al público potencial. Lógicamente, la dificultad principal era el idioma. No tanto por la necesidad de hacernos entender, lo que se salvaría fácilmente con un traductor, como por el obstáculo que este hecho podría suponer para fomentar la participación activa de los asistentes, elemento fundamental en la metodología que empleamos habitualmente. Decidimos suprimir la técnica del “caso”, que requiere un grado de agilidad en las intervenciones imposible de lograr con traducción simultánea, y sustituirlo por un coloquio después de cada conferencia. Por otra parte, había que adaptar los temas y su desarrollo a lo que interesaba al posible público. Para ello, nada mejor que varias “sesiones de trabajo”, vía correo electrónico, con las personas que organizaban la actividad en Moscú.

Una experiencia sorprendente

Con todo preparado, desembarcamos en Moscú en los últimos días del mes de enero. El impacto de la llegada resultó fuerte: cambio de clima –temperaturas de veinte grados bajo cero–, cambio de idioma, cambio de costumbres, cambio de proporciones en la ciudad –Moscú cuenta, según se incluyan las ciudades dormitorio que la rodean o no, con aproximadamente doce millones de habitantes–. Pero este choque es mínimo en comparación con el que se experimenta cuando se conoce a las personas.

Los moscovitas son personas abiertas, afables en el trato, y con las que es fácil llegar a tener una conversación personal. Así lo percibimos tanto en los coloquios que seguían a nuestras conferencias, como en las ocasiones en que tuvimos oportunidad de tratar de manera más personal a algunos de los asistentes.

En segundo lugar, nos encontramos con un grupo heterogéneo, con situaciones muy diferentes, que conviven con la mayor naturalidad, se respetan, y son amigos entre ellos. Así, por ejemplo, las conferencias, que habían sido organizadas por varias personas del Opus Dei que residen en Moscú, tenían lugar en un centro cultural ortodoxo. Y entre los asistentes se encontraban un sacerdote católico, responsable de la pastoral familiar en la diócesis de Moscú, y la esposa de un ministro de la Iglesia Ortodoxa. Esta disparidad de situaciones dio lugar a una riqueza en el desarrollo de las sesiones inesperada para nosotros.

Y, sobre todo, nos encontramos con un grupo de personas del Opus Dei que viven en Moscú desde hace poco más de un año, fuertes, alegres y entusiastas, que han sido capaces de organizar esta actividad con un índice de asistencia muy elevado. A lo largo de los tres días que pasamos con ellos no escuchamos de ninguno la menor muestra de cansancio o dificultad: están totalmente asimilados a su nueva ciudad, y felices de poder servir a la Iglesia en Moscú y desde Moscú.

Temas que apasionan en Moscú

Pasados los días, hemos recibido varios correos de los organizadores de las jornadas: parece que, gracias a Dios, empiezan a recoger frutos mediante el contacto personal tanto con los asistentes, como con las personas que colaboraron en la organización –azafatas, traductores, etc.–. La familia, el matrimonio, la educación de los hijos, son temas que interesan en cualquier punto del mundo, pero que en Moscú, por lo que hemos podido comprobar, apasionan. A nuestro regreso, dejamos varios textos para que pudieran ser traducidos y distribuidos.

Esperamos que esta “incursión” no sea más que el primer paso del camino de la orientación familiar en Rusia. Y que sea también un impulso para la labor evangelizadora de la Iglesia en ese país. Si esta experiencia ha dejado en los asistentes la mitad de la huella que nos llevamos los ponentes, el objetivo está conseguido.

Rafael González-Villlobos e Isabel Rincón García