CONTEMPLATIVOS EN MEDIO DEL MUNDO

“La santificación del trabajo. El trabajo en la historia de la espiritualidad”. Libro escrito por el teólogo José Luis Illanes. Décima Edición revisada y actualizada.

Santificar el trabajo es, acabamos de verlo, tarea amplia, pero no agota la frase del Beato Josemaría antes citada: en ella se habla no solo de santificar el trabajo, sino también de santificarse en el trabajo y de santificar con el trabajo. Prosigamos, pues, el análisis considerando las otras dos tablas de ese tríptico; concretamente, ahora, la segunda: santificarse en el trabajo. Para ello, y aunque sea adelantar conceptos, tal vez convenga insistir, ante todo, en un dato fundamental: con la expresión „santificarse en el trabajo“ el Fundador del Opus Dei se refiere no simplemente a santificarse mientras se trabaja, sino a santificarse precisamente por medio del trabajo, gracias al trabajo; el trabajo, repitámoslo, no es solo ámbito u ocasión, sino medio y materia de santidad. En otros términos, y como ya hemos señalado, santificarse en el trabajo no se yuxtapone a santificar el trabajo, sino que se entremezcla con esa santificación.

Algo resulta evidente, incluso para una mirada superficial y ligera: santificar el trabajo, realizarlo con la seriedad que la vocación profesional y divina exigen, presupone perfección humana y trae consigo un crecimiento en esa perfección. Es imposible, en efecto, asumir cumplidamente una tarea profesional sin poner en práctica la laboriosidad, la reciedumbre, la justicia, la fortaleza, la perseverancia, la prudencia, la afabilidad, la veracidad...

No es, pues, sorprendente que en los textos del Beato Josemaría Escrivá encontremos un profundo aprecio y una decidida valoración de lo que suele llamar „virtudes humanas“, es decir, el conjunto de cualidades que hacen del ser humano un hombre en el sentido acabado del término y le permiten afrontar cabal y honradamente la función que le corresponde en la sociedad. En la experiencia secular y, concretamente, en un planteamiento existencial como el que el espíritu del Opus Dei reclama, la gracia, la vida sobrenatural, no puede ser indiferente ante el desarrollo de la personalidad humana en todas sus dimensiones.

"No pensemos que valdrá de algo nuestra aparente virtud de santos, si no va unida a las corrientes virtudes de cristianos“, leemos en Camino ( 79), esbozando un criterio que glosó ampliamente en otras ocasiones. Entre ellas, una homilía que, al ser publicada en Amigos de Dios , recibió precisamente ese título, es decir, „virtudes humanas“.

„Cierta mentalidad laicista y otras maneras de pensar que podríamos llamar pietistas -leemos en ese texto-, coinciden en no considerar al cristiano como hombre entero y pleno. Para los primeros, las exigencias del Evangelio sofocarían las cualidades humanas; para los otros, la naturaleza caída pondría en peligro la pureza de la fe. El resultado es el mismo: desconocer la hondura de la Encarnación de Cristo, ignorar que ‘el Verbo se hizo carne’, hombre, ‘y habitó en medio de nosotros’ (Jn 1,14). Mi experiencia de hombre, de cristiano y de sacerdote me enseña todo lo contrario: no existe corazón, por metido que esté en el pecado, que no esconda, como el rescoldo entre las cenizas, una lumbre de nobleza. Y cuando he golpeado en esos corazones, a solas y con la palabra de Cristo, han respondido siempre“. „Las virtudes humanas -proseguía más adelante- componen el fundamento de las sobrenaturales“. La rectitud humana constituye, en efecto, una realidad que, bajo la acción de la gracia, en unos casos, allana el camino para la conversión y, en otros, facilita el desplegarse del vivir cristiano. „Si aceptamos -concluye el texto que estamos citando- nuestra responsabilidad de hijos suyos, Dios nos quiere muy humanos. Que la cabeza toque el cielo, pero que las plantas pisen bien seguras en la tierra. El precio de vivir en cristiano no es dejar de ser hombres o abdicar del esfuerzo por adquirir esas virtudes que algunos tienen, aun sin conocer a Cristo. El precio de cada cristiano es la Sangre redentora de Nuestro Señor, que nos quiere –insisto- muy humanos y muy divinos, con el empeño diario de imitarle a Él, que es perfectus Deus, perfectus homo “ (80).

De forma más sintética, pero no menos decidida, se expresó en otros lugares y en otras homilías: „No me cansaré de repetirlo: tenemos que ser muy humanos; porque, de otro modo, tampoco podremos ser divinos“ (81); „Servir a los demás, por Cristo, exige ser muy humanos. Si nuestra vida es deshumana, Dios no edificará nada en ella, porque ordinariamente no construye sobre el desorden, sobre el egoísmo, sobre la prepotencia“ (82).

La afirmación del valor de las virtudes humanas como parte integrante de la tarea de santificación personal es, a nivel subjetivo, estrictamente paralela a la afirmación, glosada en páginas anteriores, respecto a la importancia de la perfección técnica, profesional, como parte de la santificación del trabajo. En ambos casos, por lo demás, presuponiendo la primacía ontológica de la gracia se subraya su asumir, vivificándola desde dentro, la realidad creatural. La empresa de santificar el trabajo y de santificarse en él, la invitación a integrar la responsabilidad humana en el interior de la vocación divina, presupone, por su propia naturaleza, la llamada al encuentro personal con Dios en Cristo y bajo la acción del Espíritu Santo, y se abre a un progresivo desarrollo de ese encuentro. Llevar adelante la obra de la creación, conducirla hacia Dios, es tarea que ha de realizar el hombre en virtud del auxilio de la gracia y en diálogo con el Creador.

Estas consideraciones, importantes desde muchos puntos de vista -marcan la diferencia entre la concepción cristiana del cosmos y los planteamientos inspirados en el panteísmo o en el naturalismo-, deben ser especialmente subrayadas aquí, precisamente en el momento en que estamos pasando desde la santificación del trabajo al santificarse en el trabajo, es decir, desde la consideración de la obra realizada a la del sujeto que la realiza, y por tanto abriéndonos a perspectivas de orden tanto ético, como ascético y místico, en el sentido profundamente teologal de esas expresiones. En ese paso se juega, además, la plena percepción de cuanto implica la afirmación de la llamada universal a la santidad, viendo en ella no una formulación genérica, sino la formulación de un ideal plenamente reconocido como tal, es decir, como ideal que puede ser hecho vida hasta sus últimas consecuencias.

Estamos, en efecto, ante una encrucijada decisiva en orden a percibir con todas sus implicaciones la llamada universal a la santidad. Una falta de radicalidad en este punto conduce bien a negar, al menos en la práctica, esa llamada, considerando que, de hecho, no todo cristiano puede alcanzar la plena intimidad con Dios; bien, lo que sería aun mas grave, a difuminar el horizonte teologal del existir cristiano, oscureciendo esa concepción cristiana del cosmos a la que acabamos de aludir y desembocando, por tanto, en un humanismo empobrecido. Esta segunda desviación constituye, ciertamente, una tentación que reaparece con frecuencia a lo largo de la historia, también en nuestros días. En el contexto espiritual en que estamos situados, no parece, sin embargo, necesario detenerse en ella. Sí, en cambio, conviene hacerlo en la primera, ya que al hacerlo se contribuye -o, al menos, se puede contribuir- a poner de manifiesto aspectos importantes de la vivencia cristiana de lo secular.

Digamos por eso claramente que, durante demasiado tiempo y con demasiado énfasis, se ha insistido -en epocas anteriores a la nuestra, pero, en algunos casos, no muy alejadas- en las dificultades que las ocupaciones terrenas, seculares, pueden representar para la vida de oración. Frases como „los afanes de la vida“, „las tentaciones del siglo“, son otros tantos tópicos que una apología superficial del estado religioso -superficial, porque no partía de la raíz evangélica del fenómeno que trataba de explicar-, y una contraposición tajante, intelectualista en exceso, entre vida activa y vida contemplativa, han contribuido a popularizar (83). Se fomentaba así una espiritualidad secular -si espiritualidad puede llamarse- basada en la división, en la contraposición interior: habéis de santificaros -se venía a decir a quienes vivían entre las tareas seculares- a pesar de estar en el mundo, a pesar de vuestro trabajo. El medio ambiente en que se vivía, el trabajo que ocupaba las horas del día, eran vistos como una situación en la que no se puede por menos de permanecer, pero que ata y cohíbe; más aún, como una cadena que impide acercarse del todo a Dios, pero a la que -extraña paradoja- se ha de continuar ligado precisamente por voluntad de Dios, que no se ha dignado llamar a caminos más fácilmente transitables. Las consecuencias ascéticas y psicológicas de una tal manera de enfocar las cosas son fáciles de adivinar (84).

Frente a todo ello, es necesario proclamar con claridad que no es a pesar del trabajo, contra el trabajo, como los laicos, los cristianos corrientes, deben conseguir su santificación, ordenarse a Dios, sino precisamente con el trabajo, a través del trabajo. Así lo han proclamado tanto el Concilio Vaticano II como el magisterio posterior (85) y así lo afirma, con especial nitidez, el Fundador del Opus Dei: „Donde quiera que estemos -afirmaba, por ejemplo, en una de sus Cartas -, en medio del rumor de la calle y de los afanes humanos -en la fábrica, en la universidad, en el campo, en la oficina o en el hogar-, nos encontraremos en sencilla contemplación filial, en un constante diálogo con Dios. Porque todo -personas, cosas, tareas- nos ofrece la ocasión y el tema de una continua conversación con el Señor: lo mismo que a otras almas, con vocación diversa, les facilita la contemplación el abandono del mundo -el contemptus mundi - y el silencio de la celda o del desierto. A nosotros, hijos míos, el Señor nos pide solo el silencio interior -acallar las voces del egoísmo del hombre viejo-, no el silencio del mundo: porque el mundo no puede ni debe callar para nosotros“ (86). Y en la ya citada homilía en la festividad de San José: „Reconocemos a Dios no solo en el espectáculo de la naturaleza, sino también en la experiencia de nuestra propia labor, de nuestro esfuerzo. El trabajo es así oración, acción de gracias, porque nos sabemos colocados por Dios en la tierra, amados por Él, herederos de sus promesas“ (87).

La profunda unidad que, desde la perspectiva de la vocación o llamada, encontrábamos más arriba en los textos en los que se habla de vocación humana y de vocación cristiana, la reencontramos ahora, a nivel de experiencia espiritual, en los destinados a tratar de vida de trabajo y de trato con Dios. El ideal que propone el Beato Josemaria no es, en efecto, el de una compaginacion, mas o menos conseguida, entre ocupaciones temporales y vida teologal, entre trabajo y oración, sino el de la plena unión entre ambas realidades, de forma que el trabajo alimente la oración y la oración impregne el trabajo, más aún, que el trabajo se convierta en oración, y eso manteniéndose como tal trabajo, sin derogar en modo alguno sus exigencias humanas.

Las declaraciones en este sentido son muchas, constantes y netas. „Una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora de oración“, leemos en Camino ( 88). „Estando plenamente metido en su trabajo ordinario, entre los demás hombres, sus iguales, atareado, ocupado, en tensión, el cristiano -se insiste en una homilía- ha de estar al mismo tiempo metido totalmente en Dios“ (89). Y en una de las Cartas : „Debéis procurar que, en medio de las ocupaciones ordinarias, vuestra vida entera se convierta en una continua alabanza a Dios“ (90). Finalmente, para no alargar la lista, en una homilía de 1967: „La vida cristiana debe ser vida de oración constante, procurando estar en la presencia del Señor de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. El cristiano no es nunca un hombre solitario, puesto que vive en un trato continuo con Dios, que está junto a nosotros y en los cielos“ (91).

En la enseñanza del Fundador del Opus Dei, trabajo y oración se unen, y se unen hasta tal punto que desembocan en esa cúspide que es la vida contemplativa. Sobre este punto -la compatibilidad de la vida contemplativa con las ocupaciones temporales-, las palabras del Beato Josemaría Escrivá son explícitas: el camino que traza el Opus Dei es „camino de almas contemplativas en medio del mundo“, como escribe en una de sus Cartas ( 92) recogiendo una predicacion ampliamente reiterada. „En Él (en Dios) vivimos, nos movemos y existimos”, ha dicho el Apóstol (93). Para conseguir esta vida en Dios, los iniciadores del monaquismo se apartaron del mundo y se retiraron a la soledad de la celda. El Fundador del Opus Dei invita a quienes siguen su espíritu a realizarla en medio del mundo: „Nosotros vivimos en la calle -escribe-, ahí tenemos la celda: somos contemplativos en medio del mundo“ (94). „Hemos de convertir -añade en otra ocasión- el trabajo en oración y tener alma contemplativa“ (95) y ello con necesidad ineludible ya que, „si no fuéramos realmente contemplativos, sería difícil que pudiéramos perseverar en el Opus Dei“ (96).

La interconexión entre las dimensiones teologales y las seculares del vivir cristiano tiene aquí una de sus mayores realizaciones, como lo manifiesta un texto que merece la pena citar entero: „El trabajo, que ha de acompañar la vida del hombre sobre la tierra (Cfr. Gn 2,15), es para nosotros a la vez y en grado máximo, porque a las exigencias naturales se unen otras claramente de orden sobrenatural- el punto de encuentro de nuestra voluntad con la voluntad salvadora de nuestro Padre celestial. Os digo una vez más, hijos míos: el Señor nos ha llamado para que, permaneciendo cada uno en su propio estado de vida y en el ejercicio de su propia profesión u oficio, nos santifiquemos todos en el trabajo, santifiquemos el trabajo y santifiquemos con el trabajo. Es así como ese trabajo humano que realizamos puede, con sobrada razon, considerarse opus Dei, operatio Dei , trabajo de Dios. El Señor da al trabajo de la inteligencia y de las manos del hombre, al trabajo de sus hijos, un valor inmenso. Actuando así, de cara a Dios, por razones de amor y de servicio, con alma sacerdotal, toda la acción del hombre cobra un genuino sentido sobrenatural, que mantiene unida nuestra vida a la fuente de todas las gracias (...). Almas contemplativas en medio del mundo: eso son los hijos míos en el Opus Dei, eso habéis de ser siempre para asegurar vuestra perseverancia, vuestra fidelidad a la vocación recibida. Y en cada instante de nuestra jornada, podremos exclamar sinceramente: loquere, Domine, quia audit servus tuus (1 S 3,9); habla, Señor, que tu siervo escucha. Dondequiera que estemos, en medio del rumor de la calle y de los afanes humanos -en la fábrica, en la universidad, en el campo, en la oficina o en el hogar-, nos encontraremos en sencilla contemplación filial, en un constante diálogo con Dios“ (97).

Una de las características más acusadas de la personalidad del Beato Josemaría Escrivá fue el realismo. Aspiró, en su predicación y en su trato personal, a encender los ánimos, a provocar ilusiones y afanes de cosas grandes, pero no olvidó nunca que los mejores deseos acaban en la nada a no ser que engendren decisiones, tal vez menudas, pero concretas, exigentes, reales. Por eso su palabra, siempre vibrante y no exenta de acentos poéticos, abría grandes horizontes, panoramas inmensos, pero señalando a la vez el camino por el que, paso a paso, se llegaba a las alturas. „Recomendar esa unión continua con Dios -se preguntaba en una de sus homilías-, ¿no es presentar un ideal, tan sublime, que se revela inasequible para la mayoría de los cristianos? Verdaderamente es alta la meta -respondía-, pero no inasequible. El sendero, que conduce a la santidad, es sendero de oración; y la oración debe prender poco a poco en el alma, como la pequeña semilla que se convertirá más tarde en árbol frondoso“  (98).

La realidad de Dios no nos es evidente ni tenemos de Él una experiencia inmediata. Nuestra inteligencia, limitada y débil, es susceptible de distracción y de olvido. Para crecer en la fe, para connaturalizar nuestra alma con Dios tenemos, por eso, necesidad de actualizar su presencia, incluso dedicándole a Él en exclusiva, prescindiendo de toda otra ocupación, algunos momentos del día. „Procura lograr diariamente unos minutos de esa bendita soledad que tanta falta hace para tener en marcha la vida interior“; „Me has escrito, y te entiendo: ‘Hago todos los días mi ratito de oración. ¡Si no fuera por eso!’“, nos dicen unos puntos de Camino ( 99), que reflejan la experiencia personal del Fundador del Opus Dei y la de millones de almas. No es, pues, extraño ni sorprendente sino lógico, que en su predicación y en su catequesis encontremos constantes referencias a la liturgia, a la oración vocal, a la meditación... más aún, a un entero plan de vida, es decir, a un conjunto de medios ascéticos y normas de piedad que constituyen como un armazón que facilita la memoria de Dios y el trato con Él (100).

Las normas de piedad que el Fundador del Opus Dei recomienda están tomadas de la tradición ascética y espiritual cristiana. Al revivirlas, vierte en ellas acentos nuevos y, sobre todo -punto decisivo desde la perspectiva en la que estamos situados-, las encuadra siempre en un contexto secular. En otras palabras, no las concibe como momentos en ruptura con un precedente existir profano, como si implicaran un dejar el mundo en que hasta entonces se ha vivido para ir a otro más divino, sino como realizaciones más intensas de una actitud que permanece siempre, como algo que está en continuidad con lo anterior y con lo que sigue, ya que la vida de oración pertenece a la esencia del existir cristiano: se ha iniciado con la fe, incluso entre los primeros balbuceos de la infancia, y debe continuar creciendo con ella (101).

„Me has escrito: ‘orar es hablar con Dios. Pero ¿de qué?’ -¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias... ¡flaquezas!: y hacimientos de gracia y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: ‘¡tratarse!’“, escribió en Camino ( 102). „Oración -repitió años más tarde en una de sus homilías-, lo sabemos todos, es hablar con Dios; pero quizá alguno pregunte: hablar, ¿de qué? ¿De qué va a ser, sino de las cosas de Dios y de las que llenan nuestra jornada? Del nacimiento de Jesús, de su caminar en este mundo, de su ocultamiento y de su predicación, de sus milagros, de su Pasión Redentora y de su Cruz y de su Resurrección. Y en la presencia del Dios Trino y Uno (...) hablaremos del trabajo nuestro de todos los días, de la familia, de las relaciones de amistad, de los grandes proyectos y de las pequeñas mezquindades“ (103).

"El tema de mi oración -añade en esa misma homilía, con frase que lo resume todo- es el tema de mi vida“ (104). El cristiano vive de Dios y lo encuentra y ama en el existir diario. La oración del cristiano corriente no se edifica de espaldas a la vida ordinaria, al margen de ella, sino en ella y desde ella, a fin de descubrir su más profundo sentido -aquel que tiene a los ojos de Dios- y vivirla de acuerdo con la luz que de esa profundización dimana. Por eso los ratos de oración giran inseparablemente en torno a Dios y en torno a la propia vida, reconocida como recibida de Dios y ordenada a Él. Y, a su vez, el diálogo iniciado, o reforzado, en los ratos dedicados especialmente a la oración se prolonga después a lo largo de la jornada entre las múltiples incidencias del vivir de cada día. „Me has dicho alguna vez -escribe en Camino - que pareces un reloj descompuesto, que suena a destiempo: estás frío, seco y árido a la hora de tu oración, y, en cambio, cuando menos era de esperar, en la calle, entre los afanes de cada día, en medio del barullo y alboroto de la ciudad, o en la quietud laboriosa de tu trabajo profesional, te sorprendes orando... ¿A destiempo? Bueno, pero no desaproveches esas campanadas de tu reloj. -El espíritu sopla donde quiere“ (105). Los ratos de oración, las prácticas de piedad -precisa en otro momento-, „te llevarán, casi sin darte cuenta a la oración contemplativa. Brotarán de tu alma más actos de amor, jaculatorias, acciones de gracias, actos de desagravio, comuniones espirituales. Y esto, mientras atiendes tus obligaciones, al descolgar el teléfono, al subir a un medio de transporte, al cerrar o abrir una puerta, al pasar ante una iglesia, al comenzar una nueva tarea, al realizarla y al concluirla; todo lo referirás a tu Padre Dios“ (106).

La palabra „contemplación“ y la expresión „vida contemplativa“ se cuentan, sin duda alguna, entre las más usadas, desde hace siglos, por el vocabulario de la teología espiritual, y han sido objeto de interpretaciones diversas, Para algunos, hacen referencia a un conocimiento experimental, intuitivo y directo de la presencia de Dios, acompañado, en ocasiones, por éxtasis o fenómenos psicológicamente extraordinarios; para otros, a un sentido vivo, profundo y afectivo de la presencia de Dios, fruto del desarrollo de la fe, sin percepciones ni sensaciones especiales, pero con profundas resonancias existenciales; para unos implica, en quien la vive, una actitud puramente pasiva; para otros no excluye una preparación y una acción por parte del hombre (107). El Beato Josemaría Escrivá evitó expresamente entrar en esos pormenores y distinciones. Y así, en una de sus homilías, después de haber descrito el itinerario que lleva a vivir en trato con Dios en medio de las más diversas ocupaciones terrenas, se pregunta: „¿Ascética? ¿Mística? No me preocupa. Sea lo que fuere, ascética o mística, ¿qué importa?: es merced de Dios. Si tú procuras meditar, el Señor no te negará su asistencia“ (108).

Pero, aunque rehusara entrar en dilucidaciones especulativas, hay algo que señaló siempre con claridad y firmeza: que la oración debe prender en el alma del cristiano hasta darle una tan viva conciencia de la presencia de Dios que llegue a impregnar por entero la vida dando sentido a las más diversas incidencias del existir diario. Así lo manifestó, por lo demás, con su propia vida, como pudieron percibir, y posteriormente testimoniar, muchos de cuantos le conocieron; tal es el caso de las dos personas que más intensa y largamente -bastantes décadas- le trataron: sus dos primeros sucesores al frente del Opus Dei, Mons. Álvaro del Portillo (109) y Mons. Javier Echevarría (110); y, junto a ellos, el de otras muchas personas (111).

Esa es, en efecto, la cuestión central: la oración, diálogo con Dios que versa sobre Dios mismo y sobre los sucesos de la propia y personal existencia, „no nos aparta del mundo, no nos transforma en seres extraños, ajenos al discurrir de los tiempos“ (112). Al contrario, nos lleva a advertir su valor de cara a Dios y de cara a los hombres, a reconocer el sucederse de los acontecimientos como momento propicio para vivir la fe, la esperanza y la caridad (113) para plasmar en obras el espíritu de servicio y, cuando la ocasión llega, para unir la propia vida, en lo pequeño y en lo grande, a la Cruz de Cristo (114).

Unos diez años después de la fundación del Opus Dei, el Beato Josemaría Escrivá residió varios meses en Burgos. Allí, al visitar la magnífica catedral gótica, se le ocurrió una comparación que usó en su trato con los universitarios a los que entonces atendía espiritualmente, y otras muchas veces después. „Me gustaba -comenta en una homilía de 1960- subir a una torre, para que contemplaran de cerca la crestería, un auténtico encaje de piedra, fruto de una labor paciente, costosa. En esas charlas les hacía notar que aquella maravilla no se veía desde abajo. Y, para materializar lo que con repetida frecuencia les había explicado, les comentaba: ¡Esto es el trabajo de Dios, la obra de Dios!: acabar la tarea personal con perfección, con belleza, con el primor de estas delicadas blondas de piedra. Comprendían, ante esa realidad que entraba por los ojos, que todo eso era oración, un diálogo hermoso con el Señor“ (115).

„Pon un motivo sobrenatural a tu ordinaria labor profesional, y habrás santificado el trabajo“ (116). Quien lea ese punto de Camino fuera del contexto que presupone en quien lo escribió, tal vez no vea en él más que un consejo piadoso, la simple invitación a levantar el corazón a Dios ofreciéndole la tarea que se tiene entre manos. Proyectado sobre cuanto venimos exponiendo, se advierte que es, ciertamente, una invitación a levantar el corazón a Dios, pero uniendo a ese recuerdo la decisión de vivificar desde dentro la actividad a la que se refiere, a fin de realizarla de modo humano y cristianamente acabado; en suma, una invitación a santificarla. Reencontramos así esa circularidad que existe entre los diversos aspectos de la enseñanza del Fundador del Opus Dei a la que ya hemos hecho referencia: santificarse en el trabajo, unirse a Dios en el trabajo, nos remite al trabajo mismo, a su reafizacion cumplida; la santificación del trabajo es, desde esta perspectiva, un momento constitutivo del proceso de santificarse en él y de santificar con él.

Cuando el cristiano reconoce, con su inteligencia, la bondad de Dios que se transparenta a través de la realidad creada y cuando, con su voluntad, se entrega al cumplimiento de la tarea que le corresponde ofreciéndola, y ofreciéndose a sí mismo en ella, como „hostia viva, santa, agradable a Dios“ (117), entonces se constituye en sacerdote de la propia existencia y de la entera creación, llevándolas, una y otra, hacia Dios. Y así, resume el Beato Josemaría, „con alma verdaderamente sacerdotal y con mentalidad plenamente laical, todos nosotros, unidos en Cristo, nos convertimos en ese Iinaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo del patrimonio de Dios, para que proclamemos las grandezas del que nos sacó de las tinieblas a su luz admirable“ (1 P 2,5)“ (118).

Notas

79 Camino , n. 409 ( Consideraciones espirituales , p. 41).

80 Amigos de Dios , nn. 74-75

81 Es Cristo que pasa , n. 166. En relación con las perspectivas antropológicas que esta doctrina implica, ver J. M. YANGUAS, Amar „con todo el corazón “ (Dt 6, 5). Consideraciones sobre el amor cristiano, en las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá , en „Romana” 14 (1998) 144-157.

82 Es Cristo que pasa , n. 182. Un comentario a algunos aspectos de esta faceta de la enseñanza del Fundador del Opus Dei, puede encontrarse en J. URTEAGA, El valor divino de lo humano , Madrid 1950. Y, desde una perspectiva más concreta, la sacerdotal, en A. DEL PORTILLO, Formación humana del sacerdote , en Escritos sobre el sacerdocio , Madrid 1970, pp. 23 ss.; ver también, en referencia directa a Mons. Del Portillo, pero con abundantes citas del Beato Josemaría, J. ECHEVARRIA, La formación del sacerdote en la vida y escritos de Mons. Álvaro del Portillo , en „ Scripta Theologica “ 28 (1996) pp. 13-39 ss. (en especial, pp. 14-19).

83 No sería difícil alegar un florilegio de citas a ese respecto en autores de centurias alejadas de nuestro presente; limitémonos, sin embargo, a un texto escrito a principios de la década de 1950, como parte de un ensayo redactado precisamente con la intención de criticar algunos análisis sobre la espiritualidad laical: „la vida en el mundo ha sido siempre dura y agitada, y como quiera que todos los adelantos de la civilización contribuyen a crear nuevas necesidades, cada vez lo va siendo más. Desde este punto de vista de la espiritualidad, esos afanes serán una necesidad; pero son justamente una tentación y un peligro“: BASILIO DE S. PABLO, La perfección cristiana en el laicado , en La teología del laicado y otros estudios . Actas de la XIII Semana Española de Teología, Madrid 1954, pp. 297-298.

84 Sobre este punto ver las frases enérgicas de G. TORELLÓ, La spiritualita dei laici , en „Studi cattolici“, n. 45 (1964) 17-25, y, del mismo autor, el capítulo „ Condizione laicale e vita contemplativa “, en el libro Tentazioni del laicato , Milán 1966, pp, 5-38.

85 Remitamos a las citas ya incluidas en el capítulo I, que podrían ampliarse sin dificultad.

86 Carta 11-III- 1940, n. 15.

87 Es Cristo que pasa , n. 48.

88 Camino , n. 335 ( Consideraciones espirituales , p. 34, aunque con una redacción distinta, pues culmina haciendo referencia no a la oración, sino al apostolado).

89 Es Cristo que pasa , n. 65.

90 Carta 28-III-1955, n. 4.

91 Es Cristo que pasa, n. 116.

92 Carta 19-III-1954, n. 20.

93 Hch 17,28.

94 Carta 31-V-1954, n. 7.

95 Carta 15-X-1948, n. 22.

96 Carta 2-X-1958, n. 4. „La oración -afirma en una homilía de 1951, describiendo el progresar en la vida espiritual- se hace continua, como el latir del corazón, como el pulso. Sin esa presencia de Dios no hay vida contemplativa; y sin vida contemplativa de poco vale trabajar por Cristo, porque en vano se esfuerzan los que construyen, si Dios no sostiene la casa (cfr. Sal 126,1)“ ( Es Cristo que pasa , n. 8). Ver al respecto M. BELDA, Contemplativos en medio del mundo , en „Romana“ 14 (1998) 326-340.

97 Carta 11-III-1940, nn. 13 y 15.

98 Amigos de Dios , n. 295.

99 Camino , nn. 304 y 106.

100 La estructura misma de Consideraciones espirituales y Camino implica ese plan de vida; descripciones sintéticas pueden encontrarse en Es Cristo que pasa , n. 119, y en Amigos de Dios , nn. 149-152 y 248-249. Respecto a la liturgia, ver, entre otros textos, Camino , n. 86, y Es Cristo que pasa , nn. 87 ss. Faltan todavía estudios sobre la aportación del Beato Josemaría a la renovación litúrgica; una primera aproximacion en A. LIVI, L ’Opus Dei e il rinnovamento liturgico , en AA. VV., Uno stile cristiano di vita , Milán 1972, pp. 78-95; ver también el testimonio del Card. Giacomo Lercaro en Significato della presenza dei cristiani nel mondo , en „ Corriere della sera “, 25-VI-1976.

101 Sobre este tema es importante ver la homilía, con claras resonancias autobiográficas, que el Beato Josemaría pronunció en 1967 y fue luego incluida, con el título Hacia la santidad , en Amigos de Dios , nn. 294-316. Ver también, aunque la Perspectiva es otra, Estatutos , nn. 79-82.

102 Camino , n. 91.

103 Es Cristo que pasa , n. 174.

104 Ibidem.

105 Camino , n. 110 ( Consideraciones espirituales , p. 15).

106 Amigos de Dios , n. 149. Ver, en esa misma línea, A. DEL PORTILLO, Il lavoro si trasformi in orazione , en „ Il Sabato “ 7-XII-1984 (recogido en Rendere amabile la veritá. Raccolta di scritii di Mons. Álvaro del Portillo , cit., pp. 647-651; versión castellana en „ Palabra “, 238, 1985).

107 Una amplia panorámica histórica sobre esta temática puede encontrarse, en la voz Contemplation del Dictionnaire de Spiritualité, t. 2, cols. 1643-2193.

108 Amigos de Dios , n. 308.

109 A. DEL PORTILLO, Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei , Madrid 1992, pp. 134-135.

110 J. ECHEVARRíA, Memoria del Beato Josernaría Escrivá , Madrid 2000, pp. 173-179.

111 Limitémonos a dos citas, proveniente la primera del obispo alemán Franz Hengsbach, y la segunda del periodista español Manuel Aznar. „Vivía y pensaba -declaraba, por ejemplo- de forma totalmente sobrenatural. La realidad de Dios, la presencia de Cristo en el Santísimo Sacramento del Altar, la realidad del Cielo, las figuras de los santos -ante todo de la Madre de Dios y de San José-, es decir, las realidades sobrenaturales, eran para Él las realidades evidentes“ ( Ging in J. Escrivá de Balaguer ein moderner Heiliger von uns? , en „ Ruhrwort “, 23-VIII-1975). „No recuerdo a nadie que, con tanta espontaneidad, con naturalidad tan admirable, uniera en un solo haz lo natural y lo sobrenatural; Dios y el hombre; el hombre y Dios. Esa dificilísima empresa de tener presentes las inspiraciones sobrenaturales en medio de las más menguadas trivialidades de la humana existencia, se cumplía en el Fundador del Opus Dei sin la menor apariencia de esfuerzo, sin rechinamientos a la hora de ajustar las inquietudes del más allá con las realidades del más acá“ ( Responso personal por don Josemarla Escrivá , en „ La Vanguardia “, Barcelona, 6-VII-1975).

112 Arnigos de Dios , n. 251.

113 „En nuestro trabajo hecho cara a Dios -en su presencia-, oramos sin interrupción, porque, al trabajar como nuestro espíritu lo pide, ponemos en ejercicio las virtudes teologales en las que está la cumbre del vivir cristiano. Actualizamos la fe, con nuestra vida contemplativa, en ese diálogo constante con la Trinidad presente en el centro de nuestra alma. Ejercitamos la esperanza, al perseverar en nuestro trabajo, semper scientes quod labor vester non est inanis in Domino (1 Co 15,58), sabiendo que vuestro esfuerzo no es inútil ante Dios. Vivimos la caridad, procurando informar todas nuestras acciones con el amor de Dios, dándonos en un servicio generoso a nuestros hermanos los hombres, a las almas todas“ ( Carta 15-X-1948, n. 24). Ver también Es Cristo que pasa , nn. 49, 57 y 169.

114 „Al levantar la vista del microscopio, la mirada va a tropezar con la Cruz negra y vacía. Esta Cruz sin Crucificado es un símbolo. Tiene una significación que los demás no verán. Y el que, cansado, estaba a punto de abandonar la tarea, vuelve a acercar los ojos al ocular y sigue trabajando porque la Cruz solitaria está pidiendo unas espaldas que carguen con ella“ ( Camino , n. 277; ver también n. 178).

115 Amigos de Dios , n. 65.

116 Camino , n. 359.

117 Rm 12,1.

118 Carta 28-III-1955, n. 10. Para una profundización en la doctrina del Fundador del Opus Dei sobre el sacerdocio común o real del cristiano, pueden consultarse J. L. ILLANES, El cristiano „alter Christus-ipse Christus“. Sacerdocio comun y sacerdocio ministerial en la ensenanza del beato Josemaría Escriva de Balaguer , en AA.VV, Biblia, exégesis y cultura , Pamplona 1993, pp. 605-622; A. ARANDA, El cristiano „alter Christus, ipse Christus“ en el pensamiento del beato Josernaría Escrivá de Balaguer , en AA.VV., Santidad y mundo , cit., pp, 129-187 (recogido y ampliado en „El bullir de la sangre de Cristo“. Estudio sobre el cristocentrismo del beato Josemaría Escrivá , Madrid 200, pp. 203-254), y M. M. OTERO, El „alma sacerdotal“ del cristiano , en AA.VV., Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei , cit., pp. 293-319. Ver también, aunque el lema se enfoca desde la perspectiva del sacerdocio ministerial, J. ECHEVARRÍA, Il sacerdote ministro di santificazione , comunicación presentada al Simposio internacional organizado con ocasión del 30 aniversario del Decreto Presbyterorum ordinis en la Ciudad del Vaticano, 23 a 28-X-1995 (recogida en „ Rornana “, 21, 1995, 371-378).

Jose Luis Illanes