Actitud espiritual y humana de San Josemaría (1936)

José Carlos Martín de la Hoz, Miembro de la Academia de Historia Eclesiástica, describe la vida, los proyectos apostólicos y la actitud con que afrontó estos difíciles años de la Guerra Civil Española.

La actitud espiritual y humana de San Josemaría estaba conformada por su modo de entender la relación con Dios. Estaba impregnado de un espíritu de filiación divina, de confianza total en Dios Padre, que le hacía, movido por el Espíritu Santo, afrontar con esperanza operativa las dificultades que se presentaban en la labor apostólica que llevaba entre manos. Mantenía la misma actitud ante el ambiente social en el que se desenvolvía, pues entonces ya se había desencadenado una fuerte persecución religiosa, unas veces solapada, otras declarada.

El Fundador del Opus Dei era de natural optimista, pero ante la situación de preguerra civil se apoyaba en la fe —“una fe”, decía, “que se podía cortar”— y en la convicción de que Dios le había llamado para trabajar con alegría y buen humor en la expansión de una empresa sobrenatural.

Contagiaba optimismo a su alrededor y sustentaba la esperanza de las personas que lo trataban. Evidentemente, San Josemaría era plenamente consciente de lo que sucedía; estaba bien informado de la situación política: leía el periódico habitualmente y hablaba con muchas personas. Esto le llevaba a rezar y a desagraviar por los sacrilegios y por la secularización de las leyes y del ambiente social.

Como narra Francisco Botella: “El 16 de febrero fueron las elecciones que dieron el triunfo al Frente Popular. Se produjo una sensación aguda de pánico. Aquel día llovía en Madrid (...). Se hablaba de revolución comunista y de levantamiento militar para impedirlo. (...). Había nerviosismo en la calle. Entre los estudiantes crecía la sensación de inestabilidad. Allí, en casa, el Padre daba serenidad y sosiego a los chicos de San Rafael, sin hablar de política, pero hablando de Dios y de preocupaciones apostólicas. Y seguía la labor como si no fuera a suceder nada. No es que viviéramos al margen, era que el Padre hacía pesar a Dios en nuestro pensamiento”[1].

Continuó, en los meses siguientes, con su vida de intenso trabajo y de empuje apostólico. De hecho en la Residencia se impartían clases, se estudiaba con intensidad, continuaba las actividades de formación. San Josemaría nunca perdió la alegría[2]. Además dedicaba tiempo a la atención espiritual de los residentes[3], mantenía el contacto con sus familias, etc.

Así en junio de 1936, culminaron las intensas gestiones para trasladar la Residencia de Ferraz 50 a Ferraz 16, un pequeño edificio que albergaría tanto la Residencia de estudiantes, como la Academia DYA.

 

A. VÁZQUEZ DE PRADA,El Fundador del Opus Dei, ed. Rialp, Madrid 1997, Vol. I, pp. 495 y ss.

J.C.MARTÍN DE LA HOZ-J.REVUELTA SOMALO, Un estudiante en la Residencia DYA. Cartas de Emiliano Amánn a su familia (1935-1936), SetD 2 (1008) 299-358.

[1] Testimonio de Francisco Botella AGP, RHF, T-159-I, pp. 26-27.

[2] Testimonio de Juan Jiménez Vargas, AGP, RHF, T-4152, p. 18

[3] José Ramón Herrero Fontana, Testimonio AGP RHF T-05834-4.