5. Santidad sacerdotal y vida de penitencia

Conferencia de Mons. Alvaro del Portillo, Gran Canciller de la Universidad de Navarra, en la clausura del XI Simposio Internacional organizado por la Facultad de Teología (1990).

El seguimiento y la identificación con Jesucristo requieren, junto a la oración, aquel tomar sobre sí la Cruz cada día 34 , la voluntaria participación en el misterio de la Cruz redentora. Concretamente, «El sacerdote —con palabras de Pío XII— debe tratar de reproducir en su alma todo lo que ocurre sobre el altar. Así como Jesucristo se inmola a sí mismo, su ministro debe inmolarse con El; así como Jesús expía los pecados de los hombres, también él, siguiendo el arduo camino de la ascética cristiana, debe trabajar por la propia y por la ajena purificación» 35 . El sacerdote ha de ser hombre penitente, y perseverantemente penitente, no sólo mortificado; ha de expiar, en unión con la Cruz de Cristo, los propios pecados y los de todo el mundo; ha de poder decir con San Pablo sufro en mi carne lo que falta a la Cruz de Cristo, por su Cuerpo, que es la Iglesia 36.

El Fundador del Opus Dei no sólo aceptó con alegría la Cruz, en la enfermedad, en la persecución, en todo género de dificultades externas y en las purificaciones interiores que Dios le hizo atravesar, sino que además la buscó, con el profundo convencimiento de que encontrar la Cruz es encontrar a Cristo. Así se expresaba, con palabras de singular altura teológica y mística, en una meditación, el 28 de abril de 1963, rememorando momentos especialmente duros de hacía más de treinta años: «Cuando el Señor me daba aquellos golpes, allá por el año treinta y uno, yo no lo entendía. Y de pronto, en medio de aquella amargura tan grande, esas palabras: Tú eres mi hijo (Ps. II, 7), tú eres Cristo. Y yo sólo sabía repetir: Abba, Pater!; Abba, Pater!, Abba!, Abba!, Abba! Y ahora lo veo con una luz nueva, como un nuevo descubrimiento: como se ve, al pasar los años, la mano del Señor, de la Sabiduría divina, del Todopoderoso. Tú has hecho, Señor, que yo entendiera que tener la Cruz es encontrar la felicidad, la alegría. Y la razón —lo veo con más claridad que nunca— es ésta: tener la Cruz es identificarse con Cristo, es ser Cristo, y, por eso, ser hijo de Dios» 37.

La vida penitente de Mons. Escrivá de Balaguer estuvo constituida, sobre todo, por un constante negarse a sí mismo en las mil incidencias de la vida ordinaria, pero también con una fuerte penitencia corporal. Entre tantas otras manifestaciones de esa unión suya con la Cruz de Jesucristo, podría detenerme, por ejemplo, en los años en que, a causa de la guerra civil española, las incomodidades y carencias de todo tipo eran tales que cualquier persona, incluso muy mortificada, habría considerado suficiente soportarlas ofreciéndolas a Dios. Mons. Escrivá de Balaguer, en cambio, respondiendo a los requerimientos amorosos del Señor, vio que todo eso no era suficiente para seguir su llamada y que debía hacer más. Lo pude comprobar personalmente, sobre todo en los meses que pasé con él en la Legación de Honduras en Madrid: todos los que allí estábamos refugiados padecíamos verdadera hambre, pero él sabía prescindir, con naturalidad, incluso de lo poco que había, practicando un ayuno muy riguroso, como hizo durante otras muchas épocas de su vida. Por ejemplo, después de su muerte he podido leer una anotación suya del 22 de junio de 1933, dirigida a su confesor, en la que le manifestaba los propósitos de penitencia que había formulado durante unos recientes días de retiro espiritual. Estas son sus palabras exactas: «Me pide el Señor indudablemente, Padre, que arrecie en la penitencia. Cuando le soy fiel en este punto, parece que la Obra toma nuevos impulsos». Y detalla, a continuación, los propósitos concretos: «Disciplinas: lunes, miércoles y viernes: más otra extraordinaria en las vísperas de fiesta del Señor o de la Ssma. Virgen: otra semanal extraordinaria, en petición o en acción de gracias.

Cilicios: dos cada día, hasta la hora de comer: hasta la cena, uno: Martes, el de cintura, y viernes el del hombro, como hasta ahora.

Sueño: en el suelo, si es de tarima, o sin colchón en la cama, martes, jueves, sábados.

Ayuno: los sábados, tomando solamente lo que me den para desayunar» 38

No se trata necesariamente de seguir un determinado camino de penitencia, pero es necesario afirmar que la identificación con Cristo y, por tanto, la eficacia en el ministerio sacerdotal, requieren una fuerte experiencia de la Cruz en la propia carne y en el propio espíritu. Y esto, más aún en nuestros días, más aún para la nueva evangelización de un mundo en gran parte sumergido en el hedonismo. Sólo a la luz de la fe, tiene todo esto sentido: a la luz de la fe en el misterio de la Redención, en el misterio del Hijo de Dios, hecho obediente hasta la muerte y muerte de Cruz 39.