Soacha, el poso de una vida

Leonor Puyana entendió que para que muchas chicas tuvieran un futuro claro en Colombia, necesitaban aprender un oficio. Y se lanzó en 1947 a enseñarles a trabajar. Hoy, el Secretariado Social Soacha educa a cientos de jóvenes.

Leonor Puyana, que falleció recientemente, impulsora de Soacha (imagen del vídeo que ofrecemos).

Leonor Puyana, fiel del Opus Dei, falleció el pasado 9 de enero. Este artículo de periódico, publicado recientemente en "El Espectador", cuenta su historia.Vea un vídeo sobre la iniciativa que puso en marcha.

Corría el año de 1947 en Soacha. Por esos días, y desde hacía mucho tiempo, el papel de la mujer se había limitado al trabajo de su casa. Ellas debían concentrar su atención en los quehaceres del hogar y el cuidado de su familia, considerados por muchos como tareas simples y nada desgastantes.

Fue entonces cuando Leonor Puyana de Bermúdez, una bumanguesa (de Bucaramanga, Colombia), decidió formalizar un trabajo que de niña ya venía desarrollando: explotar ese potencial reprimido por muchos años.

Puyana, de niña, jugaba a ser profesora, soñaba poder ayudar a las mujeres a progresar, a mejorar su estilo de vida. Con tan sólo 19 años fundó el colegio Secretariado Social de Soacha. Su primera alumna sería la esposa de un hombre que trabajaba en su finca. A ella le enseñaría en los tiempos libres a sumar, a leer y a contar.

Casi 400 alumnas reciben una educación en esta labor social.

Pacientemente, doña Leonor fue formando el carácter de aquella mujer, quien meses después sería fiel testigo de la multiplicación de esa labor. Puyana, de clase alta, cortés, amable y serena, vio la necesidad de mejorar el nivel de las mujeres del municipio y les enseñó oficios como la confección y la preparación de alimentos.

El rumor corrió por todo el municipio. Las mujeres iban a su finca, el mismo salón de clases, a recibir otras ayudas como servicios de salud, leche de vaca a muy bajo costo y orientación para ellas y sus hijos.

Finalizando la década del 50, el colegio comenzó a desarrollar trabajos con los líderes comunales, alternados con un programa llamado “La Escuela Hogar”. Allí las mujeres estudiaban por las mañanas y por las tardes aprendían un oficio, como la confección.

Pasarían 20 años para que la institución se dedicara de lleno a la educación formal gratuita, que se sostendría gracias a las donaciones de algunos padres de familia y empresas privadas.

Desde 1982, el colegio ha brindado capacitación en administración hotelera a las niñas del municipio. Ahora cuenta con 372 estudiantes desde transición hasta grado once, que desde pequeñas se proyectan a consolidar una microempresa.

Asimismo, cuenta con aulas especializadas en nutrición y técnicas culinarias, textiles y confección e informática.

Un sueño en 1947 es hoy una realidad.

Éste es el valor agregado que las pequeñas reconocen. “Lo que más me gusta del colegio es que el nivel es mejor que el de los demás”, cuenta una de las pequeñas estudiantes.

Por la institución han pasado generaciones de mujeres que miran con orgullo el plantel que un día, en el solar de una finca, les dio la oportunidad de capacitarse, de forjar las compañías que ahora proveen al mismo colegio de sus productos.

“Lo más importante para nosotros es que la familia se comprometa en el aprendizaje de sus niñas”, dice María Isabel Mateus, directora de la institución. Ella está convencida de que este modelo educativo ha traído a los habitantes de Soacha una alternativa de progreso.

Hoy, después de seis décadas de gratificante trabajo, Leonor Puyana les repite a sus niñas: “Hay que ser buenas para ser felices”.