“¿Y qué dice el Santo hoy?”

Una iniciativa de un cooperador en Colombia

Guillermo y su esposa Teresita.

Usaquén –un barrio al norte de Bogotá– era en 1973 un caserío, y por cuestiones de fútbol y geográficas sus habitantes se dividían entre los de la calle 117 y los del Sagrado Corazón. Existía una rivalidad aparente que se transformaba ya en unas escaramuzas, que llegaban a los golpes entre unos pequeñísimos bandos. Las oportunidades para estudiar eran pocas, y para hacerlo había que ir hasta el centro de Bogotá, lo que hacía más difícil esa labor para personas de bajos recursos, como las que habitábamos el barrio. Afortunadamente, por esos años el Gimnasio de Los Cerros –labor corporativa del Opus Dei–, con el fin de ayudar, abrió una jornada nocturna, llamada Centro de Estudios Nocturnos (CEN), que daba solución a muchos jóvenes de la zona, quienes pudimos terminar allí el bachillerato.

Yo había perdido tercero de bachillerato (octavo en la actualidad), y mi padre estaba un sábado planteándole el problema a su peluquero de siempre, el señor Pérez. En la silla de al lado estaba un sacerdote, quien se entrometió en la conversación para darle la solución: “Dígale a su hijo que estudie en la nocturna del Gimnasio de Los Cerros, que vaya el lunes en la noche, que me busque y se matricule". Para despedirse, le entregó una estampa de Isidoro Zorzano. El lunes cumplí la cita. No apareció el sacerdote por el cual me mandó preguntar mi padre, pero logré la matrícula.

Iniciamos labores educativas en febrero: mensajeros, cobradores, auxiliares de oficinas, ayudantes de construcción, albañiles, repartidores, conductores de buses, volqueteros, vendedores y desempleados, todos nos dimos cita en las aulas del colegio para recibir las clases –entre las seis de la tarde y las diez de la noche– en bachillerato técnico comercial. Dentro de los asistentes estaban también temidos rivales de los barrios de Usaquén, entre ellos los “trompilisos", “patebomba", el “mico", el “motas" y una decena más, que sin oficio conocido eran distinguidos solo por sus apelativos, y que presagiaban unas posibles confrontaciones.

Guillermo en una actividad de solidaridad que promueve en Ciudad Bolivar.

A los pocos días de clases nos invitaron a una meditación –término extraño para la comunidad–, pero acudimos al oratorio. Apareció entonces el sacerdote por el cual estaba yo allí. Era el padre Ignacio Gómez Lecompte. Se arrodilló y comenzó: “Señor mío y Dios mío: creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes…". Nos observamos entre todos y guardamos silencio. De un pequeño libro leyó: “Que tu vida no sea una vida estéril. –Sé útil. –Deja poso. –Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor…", y guardó silencio… Las miradas ya estaban en el Sagrario.

Y nos habló de cómo monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer había recibido la inspiración divina para fundar el Opus Dei, un camino de santificación en el trabajo profesional y en los deberes ordinarios del cristiano. El padre Ignacio tenía la capacidad de hablarnos en nuestro idioma. Sobre el amor, nos dijo era como una melcocha, que se pegaba en cualquier lugar. Nos hacía pensar, nos daba ejemplos, nos levantaba el ánimo para continuar en la vida, nos daba otra visión. Esa primera meditación no se podría olvidar nunca.

Camino a nuestras casas y producto de la reflexión por esa meditación, decidimos “firmar la paz", terminar las peleas, los odios; se nos abrieron otros horizontes, con otros planes de vida, teníamos otras ilusiones. Ir al Gimnasio de Los Cerros en esa época era un tanto difícil. La calle 119, vía obligada para llegar, no estaba pavimentada, ni mucho menos iluminada. Cuando llovía, el barro dañaba los zapatos, y cuando había verano, la polvareda acababa con los pantalones. Preparando una posible visita de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, la calle fue petrolizada, como una medida para impedir que se levantara esa polvareda; también fueron puestas algunas luminarias. Nunca llegó san Josemaría, pero el beneficio para los estudiantes de la nocturna fue grandioso.

Guillermo con jovenes de Ciudad Bolivar.

Han pasado casi 40 años de esas historias. Ya monseñor Josemaría Escrivá está en los altares. Miles de jóvenes pudimos terminar nuestro bachillerato y llegar a la universidad, gracias al impulso de muchas de esas iniciativas sociales impulsadas por él. Decenas de cooperadores del Opus Dei, entonces naciente en Colombia, entregaron miles de horas de trabajo, dictándonos clases, al tiempo que el padre Ignacio Gómez Lecompte penetró en nuestras casas, con su sonrisa, sus apuntes y sus lecciones de vida.

Siempre he tenido en mi corazón una deuda de gratitud con el Opus Dei y su fundador, pues gracias a ese encuentro fortuito mi vida tomo un mejor rumbo. Es por eso que desde hace cinco años, siempre con la idea de ayudar a conocer más la figura de san Josemaría, en agradecimiento por tantos favores recibidos, comencé a organizar una cronología de su vida, tomando datos textuales y fidedignos de libros, revistas y publicaciones en páginas oficiales del Opus Dei en internet, fechas históricas con anécdotas, expresiones, oraciones, mensajes y obras promovidas con su impulso.

Inicialmente, cuando no sabía qué hacer con el material recolectado, le pedí a un un gran amigo, miembro del Opus Dei, Jorge Yarce, su opinión. Al revisar las tres primeras páginas de las cien recopiladas, me dijo: “Esta cronología está bien, pero hay que mejorarla, hay que incluir la fuente de donde se toman tanto la fecha como el texto"; de lo contrario no sirve para difundirla.

Con ello caí en cuenta del error y tuve que volver a empezar. Sin desánimo. Unos meses después comencé a enviarle a mi paciente asesor lo que hoy he bautizado como “Diario de san Josemaría", solo para él. Mi meta era llenar cada día del año con las actividades que san Josemaría hizo en ese día en los distintos años de su vida: escritos, viajes, dificultades, anécdotas, expansión de la Obra, en fin, todo lo que encuentro en mis lecturas de investigación, y que puedo confrontar con las fuentes.

Fue así como, luego de unos meses de trabajo, recibí de Jorge Y. un listado de personas, a quienes él me decía que podría interesarles este trabajo. Esto fue el 8 de diciembre del 2009. Ese día supe que debía decidir si seguir o parar, pues esa tarea no tendría fin, y si a más personas les gustaba, no podía dejarla inconclusa. Tomé la decisión de seguir adelante. Por algunos años, desde ese 2009, Teresita, mi señora, me levantaba con un tintico a las cuatro de la mañana, para que trabajara en mi iniciativa, que consiste en hacer el diario con los datos recolectados sobre cada día del Santo, y enviarlo por correo a los inscritos en esa época, antes de las seis de la mañana.

Dos años después de iniciar, el listado de inscritos creció, al punto que los amigos estaban ya en varias partes del mundo: Madrid, Roma, París… por lo que tuve que reestructurar el horario y comenzar los despachos antes de las nueve de la noche del día anterior.

Durante estos años un apoyo fundamental ha sido mi esposa, Teresita; por eso, cuando encuentro algunos datos curiosos, siempre la llamo y le digo: ¡mira!, un día como hoy san Josemaría se levantó… ciego…, ¡no puede ser!… ¿Y por qué?, me pregunta, y le explico lo sucedido. Por eso es usual que Teresita me pregunte con frecuencia: “¿Y qué dice el Santo hoy…?".

Esta labor, que hago por iniciativa propia, aunque con asesoría de algunas personas de la Obra y de la Oficina de Información en Colombia, si bien es gratificante, a veces me ha significado dolores de cabeza. Una mañana el computador –sin más explicaciones– borró todo el archivo. Se buscaron expertos, se hicieron todos los cálculos posibles, y Teresita, mi esposa, al verme desesperado, me alcanzó un café y me dijo: “vuelva y empiece".

Palabras de aliento para releer los tres tomos de Andrés Vásquez de Prada y decenas de páginas de libros de escritores, en la búsqueda de fechas sobre el fundador del Opus Dei.

Cuatro años después se han recopilado más de 12 mil fechas –de los 25 mil días que san Josemaría vivió en esta tierra–, y la tarea apenas comienza. Hay que sacarle tiempo al tiempo, una hora de levantada más temprano, dos horas antes de dormir, otro rato antes del partido de fútbol, unos minutos más mientras se revisan otros correos. Asi mismo, a través del correo diariodesanjosemariaescrivá@gmail.com llegan nuevos amigos, de distintas partes del mundo, que desean unirse a esta cronología para conocer en detalle cómo era el tiempo de oración, de trabajo y de entrega del santo de lo ordinario, como lo bautizó Juan Pablo II.

Debo aclarar que no soy miembro del Opus Dei, solo soy cooperador desde el 4 de junio del 2002, pero sí un gran admirador de san Josemaría, de su labor, de su Obra y de su cariño por la Virgen María, y que viviré agradecido por haber llegado a aquel barrio alejado de Bogotá y darnos la oportunidad de transformar nuestras vidas.

Por Guillermo Romero Salamanca