Vida de María (VI): La visitación a Santa Isabel

Texto y recursos sobre este pasaje de la vida de la Virgen María, en que —tras el anuncio del Arcángel Gabriel— acude a casa de su prima Santa Isabel.

La Visitación de la Virgen María a su prima santa Isabel.

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Rezar con san Josemaría La Visitación de la Virgen María a su prima Santa Isabel

Rezar con el beato Álvaro del Portillo: Hombres y mujeres humildes

El Magnificat (Evangelio en audio)

El Magnificat (Devocionario móvil)


Isabel, a la que llamaban estéril, va a ser madre. María lo ha sabido por Gabriel, el enviado de Dios. Y, poco después, se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá ( Lc 1, 39). No le mueve la curiosidad, ni se pone en camino para comprobar por sí misma lo que el ángel le ha comunicado. María, humilde, llena de caridad —de una caridad que le urge a preocuparse más de su anciana prima que de sí misma— va a casa de Isabel porque ha entrevisto, en el mensaje del cielo, una secreta relación entre el hijo de Isabel y el Hijo que Ella lleva en sus entrañas.

El camino desde Nazaret a Ain Karin —la pequeña ciudad situada en los montes de Judea, que la tradición identifica con el lugar de residencia de Zacarías e Isabel— es largo. Cubre una distancia de casi ciento cuarenta kilómetros. Probablemente José organizó el viaje. Se ocuparía de encontrar una caravana en la que la Virgen pudiera viajar segura, y quizá él mismo la acompañara al menos hasta Jerusalén; algunos comentaristas piensan que incluso hasta Ain Karin, distante poco más de siete kilómetros de la capital, aunque se volviera enseguida a Nazaret, donde tenía su trabajo.

María entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel ( Lc 1, 40). Algunas tradiciones locales afirman que el encuentro entre las dos primas tuvo lugar, no en la ciudad misma, sino en una casa de campo donde Isabel —como dice el texto sagrado— se ocultó durante cinco meses (cfr. Lc 1, 24), para alejarse de las miradas indiscretas de parientes y vecinos, y para alzar su alma en agradecimiento a Dios, que la había concedido tamaño beneficio.

Se saluda a la persona que llega cansada de un viaje, pero en este caso es María quien saluda a Isabel. La abraza, la felicita, le promete estar a su lado. Con Ella entra en aquella casa la gracia del Señor, porque Dios la ha hecho su mediadora. Su llegada causó una revolución espiritual. Cuando oyó Isabel el saludo de María —cuenta San Lucas— , el niño saltó en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo ( Lc 1, 41).

Con Ella entra en aquella casa la gracia del Señor, porque Dios la ha hecho su mediadora. Su llegada causó una revolución espiritual.

Tres fueron los beneficios que María llevó consigo (cfr. Lc 1, 42-45). En primer lugar, llenó de gloria aquella casa: ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Si la visita de un personaje de la tierra honra sobremanera a quien lo hospeda, ¿qué habría que decir del honor recibido al acoger al Hijo unigénito del Padre, hecho hombre en el seno de Nuestra Señora? Inmediatamente, el Bautista aún no nacido se estremeció y exultó de gozo: quedó santificado por la presencia de Jesucristo. E Isabel, iluminada por el Espíritu de Dios, prorrumpió en una aclamación profética: en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y bienaventurada Tú, que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor.

La Virgen iba a servir y encuentra que la alaban, que la bendicen, que la proclaman Madre del Mesías, Madre de Dios. María sabe que es efectivamente así, pero lo atribuye todo al Señor: porque ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava; por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo ( Lc 1, 48-49).

En el Magnificat, cántico tejido por la Virgen —bajo inspiración del Espíritu Santo— con expresiones tomadas del Antiguo Testamento, se retrata el alma de María.

En el Magnificat , cántico tejido por la Virgen —bajo inspiración del Espíritu Santo— con expresiones tomadas del Antiguo Testamento, se retrata el alma de María. Es un canto a la misericordia de Dios, grande y omnipotente, y simultáneamente una manifestación de la humildad de Nuestra Señora. Sin que yo hiciese nada —viene a decir—, el Señor ha querido que se cumpliera en mí lo que había anunciado a nuestros padres, en favor de Abraham y de su linaje, para siempre. Mi alma engrandece al Señor , no porque mi alma sea grande, sino porque el Señor la ha hecho grande.

María humilde: esclava de Dios y sierva de los hombres. Permanece tres meses en la casa de Isabel, hasta que nace Juan. Y, con su presencia, llenará de gracias también a Zacarías, para que cante al Señor un himno de alabanza y de arrepentimiento, con toda la fuerza del habla recobrada: bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo ( Lc 1, 68).


LA VOZ DEL MAGISTERIO

«En el relato de la Visitación, San Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres, oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida al mundo.

»El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, usa el verbo anistemi , que significa levantarse, ponerse en movimiento . Considerando que este verbo se usa en los evangelios para indicar la resurrección de Jesús (cfr. Mc 8, 31; 9, 9. 31; Lc 24 7. 46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cfr. Lc 5, 27-28; 15, 18. 20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.

»El texto evangélico refiere, además, que María realiza el viaje "con prontitud" ( Lc 1, 39). También la expresión "a la región montañosa" ( Lc 1, 39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: ya reina tu Dios!" ( Is 52, 7).

»Así como manifiesta San Pablo, que reconoce el cumplimiento de este texto profético en la predicación del Evangelio (cfr. Rm 10, 15), así también San Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.

»La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cfr. Lc 9, 51). En efecto con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos».

Juan Pablo II (siglo XX). Discurso en la audiencia general , 2-X-1996.

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«El Magníficat es un canto que revela con acierto la espiritualidad de los anawim bíblicos, es decir, de los fieles que se reconocían "pobres" no sólo por su alejamiento de cualquier tipo de idolatría de la riqueza y del poder, sino también por la profunda humildad de su corazón, rechazando la tentación del orgullo, abierto a la irrupción de la gracia divina salvadora (...).

»El primer movimiento del cántico mariano (cfr. Lc 1, 46-50) es una especie de voz solista que se eleva hacia el cielo para llegar hasta el Señor. Escuchamos precisamente la voz de la Virgen que habla así de su Salvador, que ha hecho obras grandes en su alma y en su cuerpo. En efecto, conviene notar que el cántico está compuesto en primera persona: "Mi alma... Mi espíritu... Mi Salvador... Me felicitarán... Ha hecho obras grandes por mí...". Así pues, el alma de la oración es la celebración de la gracia divina, que ha irrumpido en el corazón y en la existencia de María, convirtiéndola en la Madre del Señor.

»La estructura íntima de su canto orante es, por consiguiente, la alabanza, la acción de gracias, la alegría, fruto de la gratitud. Pero este testimonio personal no es solitario e intimista, puramente individualista, porque la Virgen Madre es consciente de que tiene una misión que desempeñar en favor de la humanidad y de que su historia personal se inserta en la historia de la salvación. Así puede decir: "Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación" (v. 50). Con esta alabanza al Señor, la Virgen se hace portavoz de todas las criaturas redimidas, que, en su "fiat" y así en la figura de Jesús nacido de la Virgen, encuentran la misericordia de Dios.

»En este punto se desarrolla el segundo movimiento poético y espiritual del Magníficat (cfr. vv. 51-55). Tiene una índole más coral, como si a la voz de María se uniera la de la comunidad de los fieles que celebran las sorprendentes elecciones de Dios. En el original griego, el evangelio de San Lucas tiene siete verbos en aoristo, que indican otras tantas acciones que el Señor realiza de modo permanente en la historia: "Hace proezas...; dispersa a los soberbios...; derriba del trono a los poderosos...; enaltece a los humildes...; a los hambrientos los colma de bienes...; a los ricos los despide vacíos...; auxilia a Israel".

»En estas siete acciones divinas es evidente el "estilo" en el que el Señor de la historia inspira su comportamiento: se pone de parte de los últimos. Su proyecto a menudo está oculto bajo el terreno opaco de las vicisitudes humanas, en las que triunfan "los soberbios, los poderosos y los ricos". Con todo, está previsto que su fuerza secreta se revele al final, para mostrar quiénes son los verdaderos predilectos de Dios: "Los que le temen", fieles a su palabra, "los humildes, los que tienen hambre, Israel su siervo", es decir, la comunidad del pueblo de Dios que, como María, está formada por los que son "pobres", puros y sencillos de corazón. Se trata del "pequeño rebaño", invitado a no temer, porque al Padre le ha complacido darle su reino (cfr. Lc 12, 32). Así, este cántico nos invita a unirnos a este pequeño rebaño, a ser realmente miembros del pueblo de Dios con pureza y sencillez de corazón, con amor a Dios.

»Acojamos ahora la invitación que nos dirige San Ambrosio en su comentario al texto del Magníficat . Dice este gran doctor de la Iglesia: "Cada uno debe tener el alma de María para proclamar la grandeza del Señor, cada uno debe tener el espíritu de María para alegrarse en Dios. Aunque, según la carne, sólo hay una madre de Cristo, según la fe todas las almas engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios... El alma de María proclama la grandeza del Señor, y su espíritu se alegra en Dios, porque, consagrada con el alma y el espíritu al Padre y al Hijo, adora con devoto afecto a un solo Dios, del que todo proviene, y a un solo Señor, en virtud del cual existen todas las cosas" ( Exposición del evangelio según San Lucas , 2, 26-27).

»En este estupendo comentario de San Ambrosio sobre el Magníficat siempre me impresionan de modo especial las sorprendentes palabras: "Aunque, según la carne, sólo hay una madre de Cristo, según la fe todas las almas engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios". Así el santo doctor, interpretando las palabras de la Virgen misma, nos invita a hacer que el Señor encuentre una morada en nuestra alma y en nuestra vida. No sólo debemos llevarlo en nuestro corazón; también debemos llevarlo al mundo, de forma que también nosotros podamos engendrar a Cristo para nuestros tiempos. Pidamos al Señor que nos ayude a alabarlo con el espíritu y el alma de María, y a llevar de nuevo a Cristo a nuestro mundo».

Benedicto XVI (siglo XXI). Discurso en la audiencia general , 15-II-2006.

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LA VOZ DE LOS PADRES

«Hay que considerar que el superior fue al inferior para ayudarle: María a Isabel, Cristo a Juan. Y, al punto de llegar María, se ponen de manifiesto los beneficios de la presencia divina. Fíjate de qué modo tan distinto en cada uno de ellos. Isabel oye primero la voz, pero Juan lo primero que siente es la gracia. Aquella percibió según el orden natural, éste se alegró con el misterio sobrenatural. Aquella notó la llegada de María; éste, la del Señor. Y cuando el hijo estuvo lleno del Espíritu Santo, entonces se colmó también la madre (...).

» ¿De dónde a mí tanto bien que venga la Madre de mi Señor a visitarme? ( Lc 1, 43). No habla como una ignorante, sino que reconoce el efecto de la gracia divina, no del mérito humano. Es decir: ¿por qué me llega esta felicidad, que venga la Madre de mi Señor a verme? Reconozco que no tengo nada que esto exija. ¿Por qué justicia, por qué acciones, por qué méritos? Yo presiento el milagro, reconozco el misterio: la Madre del Señor está encinta del Verbo, llena de Dios (...).

» Quedóse María con ella unos tres meses, y se volvió a su casa ( Lc 1, 56). Se comprende bien que Santa María, por un lado, prestara sus servicios y, por otro, lo hiciera durante un número simbólico de meses. Pues no se quedó tanto tiempo sólo por ser pariente, sino también para provecho del profeta. Pues, si sólo su entrada produjo un efecto tan grande que, con el saludo de María, el niño saltó de gozo en el seno materno y su madre [Isabel] se llenó del Espíritu Santo, ¿en cuánto valoraremos los efectos de la presencia de María durante tanto tiempo?»

San Ambrosio de Milán (siglo IV). Exposición del Evangelio según San Lucas 2, 22-23.25.29.

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«El saludo de María fue eficaz en cuanto llenó a Isabel del Espíritu Santo. Con su lengua, mediante la profecía, hizo brotar para su prima, como de una fuente, un río de dones divinos. En efecto, allí donde llega la llena de gracia, todo queda colmado de alegría.

» Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y exclamando en voz alta, dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la Madre de mi Señor a visitarme?" ( Lc 1, 42-43). ¡Bendita entre las mujeres! Tú, en efecto, te has convertido para ellas en principio de regeneración. Tú nos has dado el permiso de entrar en el Paraíso y has puesto en fuga al antiguo dolor. A partir de ti, el género humano deja de ser insultado. Los herederos de Eva ya no tienen miedo de la antigua maldición, porque Cristo, Redentor de los hombres, Salvador de la naturaleza, espiritual Adán, procede de tu vientre para curar las heridas del hombre terreno».

Pseudo Gregorio Taumaturgo (siglo V) Homilía II sobre la Anunciación

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«¿De qué manera puede el alma engrandecer al Señor? En efecto, si Dios no puede crecer ni disminuir, puesto que es el que es, ¿por qué motivo dice ahora María: mi alma engrandece al Señor? ( Lc 1, 46).

»De la misma manera que los pintores de retratos, una vez que han elegido como modelo, por ejemplo, el rostro del rey, ponen toda su habilidad de artistas en reproducir ese único modelo, así cada uno de nosotros, transformando su alma a imagen de Cristo, compone un retrato de Él que será más o menos perfecto; unas veces, descuidado y sucio; otras veces, claro y luminoso, bien parecido al original.

»Así pues, cuando haya hecho grande la imagen de la imagen, que es mi alma; cuando la haya engrandecido con las obras, con el pensamiento y con las palabras, entonces la imagen de Dios se hace más y más clara, y el mismo Señor, de quien el alma es imagen, es engrandecido en nuestra misma alma. Y como el Señor crece en nuestra imagen, así, si somos pecadores, Él disminuye y decrece».

Orígenes (siglo III). Comentario al Evangelio de San Lucas 8, 2.

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LA VOZ DE LOS SANTOS

«Ocurre a veces que el pecador busca en una cosa lo que no podrá encontrar, y en cambio lo halla el justo: se guarda para el justo la hacienda del pecador ( Prv 13, 22). Así, Eva echó mano del fruto, y no halló en él todo lo que deseaba; la Santísima Virgen, por el contrario, encontró en su fruto todo lo que había deseado Eva.

»Ésta en su fruto buscó tres cosas:

» Primero , lo que engañosamente le había prometido el diablo, ser como dioses, conocedores del bien y del mal. Y mintió; porque es mentiroso y padre de la mentira. Eva, por haber comido el fruto, no vino a ser semejante a Dios, sino desemejante; con el pecado se apartó de Dios su Salvador, y fue expulsada del Paraíso. María, en cambio, sí lo halló en el fruto de su vientre, y con Ella todos los cristianos, pues por Cristo nos unimos y hacemos semejantes a Dios.

» Segundo , Eva en su fruto buscó placer, pues le había parecido bueno para comerlo; pero no lo obtuvo, sino que inmediatamente se dio cuenta de que estaba desnuda y sintió dolor. En el fruto de la Virgen, por el contrario, hallamos dulzura y sabor.

» Tercero , el fruto de Eva era hermoso a la vista; pero más hermoso es el de María, al cual los ángeles desean contemplar. Por consiguiente, Eva no pudo hallar en su fruto lo que tampoco encuentra ningún pecador en su pecado. Busquemos, pues, lo que ansiamos, en el fruto de la Virgen».

Santo Tomás de Aquino (siglo XIII). Exposición del Avemaría.

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LA VOZ DE LOS POETAS

Con pasos acelerados

iba la Virgen preciosa

por los valles y collados,

más hermosa en cien mil grados

que la luna, sol ni rosa.

La luz eterna más clara

la esforzaba por de dentro.

¡Oh bendito el que hallara,

si en tal hora caminara,

tal encuentro!

Oh quién fuera pastorcico,

que te viera y preguntara:

"¿Dónde vas, tesoro rico,

dímelo, yo te suplico,

con tan gloriosa cara?"

"¿Y por quién había de ser,

respondieras, tal afán,

sino por engrandecer

la preñez con el nacer

de San Juan?"

"Y si aire acelerado

es el paso con que aguijo,

hácelo el amor sobrado,

de mayor tenor y grado,

que a San Juan tiene mi Hijo.

Fray Ambrosio Montesino (siglo XV). Cancionero.

J. A. Loarte