Sentir y conocer el milagro de Dios gracias a la intercesión de san Josemaría

Desde muy joven había escuchado sobre el Opus Dei, pero nunca había tenido contacto con ninguna persona que perteneciera a esa institución.

UN ASALTO QUE CAMBIÓ MI VIDA

Por: Carlos Eduardo Casas González

El 20 de abril del 2004 después de un asalto en Bogotá, cambió mi vida laboral y social. Trabajaba como conductor de bus, y esa mañana al salir del almacén donde compré un repuesto para el vehículo, fui asaltado y recibí un disparo en la espalda. Caí boca abajo y mientras en mi pensamiento trataba de entender lo ocurrido, recé y pedí a la Virgen de la Salud de Bojacá. Con todo el fervor recordaba la petición y el fervor de mi mamá cuando mi hermano Hipólito se perdió por tres días con sus noches.

Después del accidente sentí ganas de desaparecer, suicidarme, ya que me sentía un estorbo para mi familia. Mis hijos apenas estaban terminando bachillerato y mi esposa se encargaba del hogar… Inicialmente obtuve ayuda de mis hermanos, pero luego de unos meses, tuve que buscar cómo sostener la familia.

Con algunos ahorros, préstamos y ayudas, probamos varias alternativas; abrimos un negocio, intentamos un vehículo de servicio público, trabajamos en almacenes. Todo, con el apoyo decidido de mi esposa. Que los hijos terminaran el colegio era nuestra prioridad y por eso con mucho esfuerzo los mantuvimos estudiando.

CÓMO LLEGÓ SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER

Desde muy joven había escuchado sobre el Opus Dei, pero nunca había tenido contacto con ninguna persona que perteneciera a esa institución. Un día, a mi hijo mayor le llegó una invitación del Centro Cultural y deportivo Monteverde, porque era uno de los alumnos sobresalientes del colegio Nicolás Esguerra. Le proponían recibir clases de sistemas, matemáticas y deporte, después de terminar la jornada de estudio.

Para decidir si aceptar o no esa invitación, la primera pregunta que me planteé fue “¿Cuánto vale?” y a la respuesta de “Diez mil pesos mensuales”. Sólo pensé “¿por qué tan barato?, ¡eso es una ganga!”. Asistí muchas veces al Centro para ver y conocer quiénes se encargaban de mi hijo. La novedad fue tal que hasta mis hijas y, lógico, el segundo de mis hijos varones, querían pegarse al programa. Aceptaron al niño, pero para las niñas sugirieron otro Centro llamado Mirabal.

Sentimos el trato familiar de esas personas entregadas a la Obra, que no tenían más recompensa que ver felices y ocupados en tareas nobles a nuestros hijos. En las charlas y debates en los que participaban profesionales como médicos, abogados, administradores de empresas, ingenieros, etc., los niños eran integrados y respetados como personas; eso me hacía sentir tranquilo frente a las actividades de mis hijos.

Con las mismas dificultades, lo que iba pasando es que veía el mundo y el futuro con fe y esperanza. Temas como la asistencia a la Misa dominical, se iba volviendo costumbre y ya el día domingo no laboraba, como una forma de agradecer a Dios.

En el Centro Monteverde se daban charlas y se mostraban videos y películas de la vida de San Josemaría Escrivá. Por esa razón, entendí la santificación de la vida normal.

Luego del accidente, la cercanía con la Obra y sus miembros fue más cercana; ellos tomaron la orientación de mis hijos como una prioridad, y los guiaron espiritual y profesionalmente uno a uno. Una de mis hijas descubrió su vocación y hoy pertenece a la Obra.

Cada día que pasa siento más la presencia e intercesión del Fundador de la Obra cuando a través del Rosario y de pedir con fe, se van dando las cosas materiales y espirituales que tanto se anhelan.

El milagro se reconoce cuando se conocen otras personas con la misma lesión, que no han recibido las bendiciones que yo he recibido, y uno se da cuenta que muchos andan en silla de ruedas abandonados. Tengo la convicción de que la fe ayudó a mi recuperación, y por supuesto, tanta gente que sin esperar nada a cambio nos acompañó y nos guió. Es para nosotros, como padres, una gran alegría saber que de nuestros cuatro muchachos tres ya son profesionales y otro está en la universidad.

Del milagro que obtuvimos, por intercesión de San Josemaría, aprendí que la vida se disfruta más, cuando se ayuda a otros a superar sus dificultades.

Ahora, trato de llevar la vida con calma y atender a mi familia cocinando y velando por las labores cotidianas. Ayudo a quien me solicita en lo que puedo, porque aunque puedo caminar, lo hago con una notoria limitación. Cada momento de mi existencia siento la presencia de san Josemaría, intercediendo ante Nuestro Señor por todo lo que le pedimos.