Sembrando esperanzas en Palo I

La población de Palo I se ha visto beneficiada por la presencia del Centro de Encuentros Portones y del Instituto de capacitación para la mujer, Kasanay

'Allí me enseñaron que a través del trabajo puedo crecer yo'
Palo I está ubicado al norte del Estado Zulia, en la Región Guajira venezolana. Gran parte de la población pertenece a la etnia wayuu. La temperatura muchas veces pasa los 40º C. Es una zona habitual de vientos fuertes

El Centro de Encuentros Profesionales Portones y el Instituto de Capacitación Técnica para la mujer, Kasanay, obras corporativas del Opus Dei, se instalaron en Palo I en julio de 1995. Desde esa fecha, muchas personas, de variadas profesiones, edades y condición, han participado en actividades de mejoramiento humano y espiritual, organizadas en Portones; y, al menos 300 muchachas, muchas de ellas de las étnias wayuu y motilona han cursado estudios en Kasanay. 

   Además de la ayuda permanente que reciben los habitantes de esta zona desde el Instituto Kasanay y de la Capilla de la Santísima Trinidad, distintos grupos de personas, se organizan para solventar problemas puntuales de los habitantes de la zona: “Es imposible, venir aquí a recibir tanto y quedarse indiferente ante las necesidades de las personas de esta zona”, comenta un grupo de universitarias que anualmente hace un curso de vacaciones en Portones. 

   ¿Los medios de comunicación saben lo que está pasando en este lugar aparentemente tan inhóspito? Fue la pregunta, llena de admiración, de un prestigioso flautista venezolano después de participar en una actividad en Portones, dar una vuelta por el lugar y de conversar con las alumnas de Kasanay. 

   Los resultados más duraderos de esta labor, nos los cuentan ellos mismos: 

'Allí me enseñaron que a través del trabajo puedo crecer yo'

Maidelis quiere ser arquitecto

Maidelis Romero tiene 19 años y vive a unos quince minutos, caminando, de Kasanay Su día empieza muy temprano, a las 4:00 de la mañana, cuando emprende su travesía para ir a Maracaibo, donde estudia arqui-tectura.

   Cuenta que cursó estudios, durante 4 años en el Instituto, en el área de los servicios y de la hospitalidad, al tiempo que estudiaba bachillerato en Los Samanes, colegio que funciona, en horario vespertino, en la sede del colegio Altamira, en Maracaibo.

   “Estudiar y vivir allí fue algo muy grande. Se vive en familia, armonía, tranquilidad. Yo creo que es porque en Kasanay estaba presente Dios. Allí me enseñaron a trabajar. Antes yo pensaba que trabajar era un castigo, me decía, “esta cosa es odiosa”, pero no, allí me enseñaron que precisamente a través del trabajo puedo crecer yo, encontrarme con Dios, hacer las cosas en nombre de Dios, Él es el primero”.

   Los alrededores de la casa de Maidelis están muy limpios, las cosas están en su lugar. Ella nos cuenta que ese aspecto ha sido algo difícil porque su familia no lo entendía, y pensaban que tanto orden era una exageración. Pero poco a poco van asimilando lo que ella aprendió en Kasanay. 

¿La arquitectura es una carrera cara y que requiere mucho espacio, como hace, donde estudia?

   Señala una mesa, abarrotada de cosas; nos muestra un plano que trae del buncker. Con total agilidad, quita las cosas de la mesa y extiende el plano. Toma la regla T, que tiene colgada en un clavo de la pared y se deja tomar una foto. Nos cuenta que en Kasanay la enseñaron a no tenerle miedo al trabajo y a hacerlo, incluso, con sufrimiento: “a veces me duele la cabeza, y le rezo a San Josemaría y sigo, es que en Kasanay me enseñaron a ser mejor persona”.

Ofrecer el trabajo

   Daimaris Morales es otra de esas tantas mujeres que se han be-neficiado del influjo de Kasanay en la zona. Su familia se dedica a las tareas del campo. Hay, en su pequeña finca, vacas, gallinas, conejos, pero la principal actividad es el cultivo de uvas.

“Ahora yo me levanto y le doy gracias a Dios y le ofrezco el trabajo de ese día. En la casa, trato de poner en práctica lo que he aprendido en las manualidades y en las clases de cocina; eso sí, no me queda igual, pero sí que hago mis recetas. La comunidad ha obtenido muchos beneficios desde que están Kasanay y la Iglesia, llevada por gente de la Obra. Nos ayudan a hacer cosas distintas, cosas de la casa. Vamos a retiros; el sacerdote nos aconseja y vamos cambiando nuestro modo de ser. El padre, por ejemplo, nos enseña a perdonar”.

   Sus tres hijas asisten regularmente a las actividades del club que llevan las personas de la Obra. Una de ellas, Génesis nos dice: “allí nos enseñan muchas cosas… a conocer a Dios. De educación, por ejemplo, nos enseñan a no colocar los codos en la mesa...”

   La señora Alicia es una de las que impulsaron la activación de la Capilla, además, en los inicios de Kasanay, ayudó en la cocina: “Esta gente es lo más grande que le ha pasado a Palo I. Ahí hemos encontrado amigos, hermanos, gente en la que podemos confiar, que nos da cariño que nos comprende”.

   Su esposo, el señor Enrique, nos cuenta: “Yo siempre le rezo a San Josemaría, si no le rezo, no tengo vida. Me apoyo en él, le pido por mis hijos, por el mundo, por esa Obra que él empezó para que se extienda aún más”.

Maibelis Nava, que, actualmente estudia educación, desde los 15 años asistía a las actividades que organiza Kasanay:

   “No sólo nos enseñaban a ser mejores personas y a ayudar a otros, sino a trabajar bien, el valor del trabajo. Claro, allí aprendí que rezar: es el punto fundamental de todo. Después que fui creciendo, empecé a ayudar en la catequesis, y tratamos de hacer apostolado con las demás personas de la zona”. 

Va cundiendo la vida cristiana

El padre Gutiérrez, sacerdote encargado de la capilla, cuenta que la Capilla de la Santísima Trinidad, es una iglesia filial de la Parroquia de María Auxiliadora de Santa Cruz de Mara, que surgió en los años 80 como iniciativa de algunos vecinos del caserío, con la orientación del párroco de Santa Cruz de Mara. Poco a poco, con la ayuda de muchas personas, se ha visto la transformación del templo. 

   La formación cristiana, poco a poco va permeando estas tierras. Hay catequesis para los niños de Primera Comunión; Misa dominical; bautismos; atención de enfermos.

   Los vecinos ayudan en la medida de sus posibilidades: es su capilla, que la cuidan y la quieren. Además, poco a poco van viviendo las costumbres cristianas: en Semana Santa, hacen un Vía Crucis viviente. En Navidad, representan el nacimiento del Niño Dios.

   Se cuenta con la colaboración de estudiantes y profesionales que frecuentan el Centro Cultural Universitario Pozoviejo, en Maracaibo, para diversas jornadas sociales. Se han realizado servicios gratuitos de atención médica y odontológica entre los habitantes del caserío. Con frecuencia vienen también del Centro Cultural y Residencia Albariza para dar refuerzo escolar a los niños y adolescentes, para atender las necesidades materiales, etc.          

   Los niños que ya han recibido su primera comunión, empiezan a venir a la escuela de fútbol, y siguen repasando el catecismo: que es como un postgrado de la catequesis.

La devoción a San Josemaría

Enrique Fonseca, de 77, cuenta que San Josemaría es el Santo de su devoción, “es mi amigo, mi hermano. Me acuerdo que un día andaba yo por esos montes y me tropecé con un librito viejo y sucio, estaba como rallado. Me puse a leerlo. Era de cuando san Josemaría era beato. Cuando lo leí, aprendí que tenía que amar más a Jesucristo, que tenía que amar más al prójimo” 

¿Cuántos hijos tiene? 

Hum, 26 y como 60 y pico ‘e nietos.

¿Qué le ha enseñado San Josemaría y las personas de la Obra que vienen por aquí?

Yo soy agricultor y pa´ cualquier cosita apelo a él. Tengo que contar un favor que me hizo. Me hija Zaida me llevó al hospital porque tenía unos cálculos en la vesícula. Cuando me llevaban al quirófano, no sé, yo sentí que San Josemaría me decía párese, y yo me levanté y me fui, así, vestido de verde. Lo que no quería era que me echaran cuchillo, la verdad es que me escapé.

'Yo soy agricultor y pa´ cualquier cosita apelo a San Josemaría'

   Me fui a mi casa, me acuerdo que tenía tanto dolor, que, de negro que soy, estaba amarillo. El padre Gutiérrez llegó hasta allá a visitarme -por eso lo quiero tanto-, me preguntó si me quería confesar. Quedé como livianito. Otra vez me llevaron al hospital universitario, porque me tenían que hacer otros exámenes, pero cuando la doctora me examinó ya no tenía nada. Ese fue mi santo Josemaría que me curó, pero el milagro más grande fue haberme encontrado con el Opus Dei.