“La vida es como un partido de tenis. Para triunfar hay que aprender a servir bien”

Con ocasión de los 60 años del Opus Dei en Colombia, presentamos un relato de Benjamín Anzola.

William Álvarez, en las instalaciones del Club El Rancho de Medellín en los años 50s.

Mi abuelo paterno vivía en La Palma Cundinamarca, una de las primeras fundaciones de los conquistadores españoles en esa región, rica en minas de hierro. Algunos de mis tíos, se trasladaron a Bogotá, buscando mejores oportunidades de trabajo. Mi papá se trasladó a Yacopí, un pueblito más al norte del departamento, donde administraba la finca de la familia. Allí nací en 1943. Mi papá, muy activo en política y presidente del directorio liberal del pueblo, debió emigrar a Bogotá junto con su familia en 1949.

A uno de mis tíos le había ido bien en los negocios y junto con algunos compañeros fundaron un club de tenis que se llamó Gran Colombia (hoy Club Campestre Fontanar). Ante una oportunidad que se presentó, mi tío le ofreció a mi papá la posibilidad de trabajar como administrador del club. Mi papá aceptó. Allí empecé y aprendí a jugar tenis. Cuando mi papá se retiró del club, mi tío me regaló una acción del club para que yo pudiera seguir jugando tenis. Por gracia de Dios que me dio las cualidades necesarias y junto a mi esfuerzo por practicar, llegué a destacar en el tenis juvenil, primero en Bogotá y luego en el país. Llegué a ser campeón juvenil de Colombia en 1960 y 1961, y a ser nombrado miembro del equipo colombiano de la Copa Davis en 1961, junto con William Alvarez, José Alejandro Cortés y Gustavo Castillo. Representé como juvenil al país en varios torneos sudamericanos y tres veces en el entonces prestigioso mundial juvenil del Orange Bowl en Miami, donde me enfrenté con jugadores que luego destacaron internacionalmente: Arthur Ashe y Juan Gisbert.

Fachada del Claustro del Colegio Mayor de San Bartolomé.

Terminé mi bachillerato en el Colegio Mayor de San Bartolomé. Allí, pero sobre todo en mi hogar, recibí una buena formación católica, sobre todo de parte de mi mamá. En los últimos años de bachillerato surgió algo inesperado que terminó, con el tiempo, dando un vuelco maravilloso en mi vida. Una familia antioqueña se trasladó a vivir a Bogotá y dos de sus hijos ingresaron a cuarto de bachillerato, al mismo grupo en el que yo estaba y eso que había cuatro grupos distintos. Y no sólo eso, la familia se instaló en una vivienda a unas pocas cuadras de donde vivían mis papás. Lógicamente nos hicimos amigos y, con el tiempo, muy buenos amigos. Uno de ellos, también por cosas de la vida, se encontró con un amigo suyo de Medellín que entonces empezaba estudios en una de las universidades de Bogotá. Era Jorge Yarce, que ya pertenecía a la Obra como Numerario.

Con el afán apostólico que nos inculcó San Josemaría, Jorge invitó a Luis Guillermo, así se llamaba uno de los hermanos, a participar en las actividades formativas en uno de los poquísimos Centros que el Opus Dei tenía entonces en Bogotá. También le preguntó por amigos suyos. Luis Guillermo le habló de mí y, un día del año 1959 o 1960, Jorge nos esperaba a la salida del Colegio. Recuerdo que en una cafetería de la carrera séptima con calle 14, Jorge me habló largamente de la Obra. No recuerdo mucho lo hablado pero sí que esa conversación se concretó en una invitación, que acepté, a asistir a una meditación en la Residencia Ingará, localizada entonces en la calle 35 entre carreras sexta y séptima. Allí acudí, empecé a participar de algunos medios de formación de la Obra, como un Círculo y la dirección espiritual con uno de los sacerdotes españoles, de los primeros que habían venido a abrir el campo de la Obra en Colombia. Recuerdo vivamente que en ese entonces me habló con especial fuerza de la llamada a la santidad.

Mi vida discurría, en ese entonces, entre los estudios y la práctica del tenis. Asistía con interés pero sin mucha continuidad a algunos medios de formación en la Residencia Ingará. Cuando estábamos, hacia mitad del segundo semestre de 1961 enfrentando a Ecuador en Guayaquil en Copa Davis, surgió algo que también dio un vuelco a mi vida. Mis planes de estudios universitarios los tenía enfocados para estudiar en Bogotá, sin embargo en Guayaquil  me ofrecieron la posibilidad de estudiar en EEUU. Mi respuesta fue enseguida positiva, pero  mis padres no disponían de los medios económicos. José Alejo, me contó que él había hecho su carrera en los Estados Unidos becado por una universidad. Y que, si quería, me ayudaría para intentar conseguir una beca. Con su ayuda y con la de la Federación, me consiguieron una beca por el deporte y pude hacer los estudios de Administración de Empresas en los Estados Unidos durante los años 1962-1966.

Detalle del Campus de Wichita State University en los años 60s

Fueron años de estudio y de mucha práctica del tenis, llegando a mi mejor momento tenístico. Fui Campeón de la Missouri Valley Conference en dos ocasiones, campeón nacional de Colombia en dobles en los años 1963-4-5 y de todas las categorías en 1965. Menciono un evento que fue para mí, aunque con derrota, uno de los momentos más significativos de mi vida como tenista. La Wichita State University, donde estudiaba, llevó el equipo de tenis de la universidad a jugar la ronda clasificatoria de un importante torneo en Houston, Texas, el de River Oaks.

Rod Laver.

A ese torneo invitaban a los 16 mejores jugadores del mundo y escogían otros 16 entre una ronda clasificatoria. Para entrar al cuadro principal había que ganar tres partidos. Eran muchos los buenos jugadores que aspiraban a entrar y yo no era de los favoritos. Sin embargo, gracias a Dios y a que el torneo era en canchas de arcilla, gané los tres partidos y entré al cuadro principal. Cuál fue mi sorpresa cuando en el sorteo me tocó jugar en primera ronda nada menos que con Rod Laver, el número uno del mundo de entonces y poseedor de un record que nadie ha podido igualar, ganar los 4 torneos del Grand Slam en el mismo año y en dos ocasiones. Cuando mis amigos me preguntan que cómo me fue en el partido les respondo en broma que, en esa ocasión, ganó Rod Laver.

Cuando terminaba mi carrera en los Estados Unidos, por allá en 1966, me encontraba jugando mi mejor tenis. Se me planteó entonces una disyuntiva. Dedicarme unos años a jugar tenis competitivo, de manera exclusiva o empezar, no más terminar, los estudios universitarios un master en Administración de Empresas de dos años, con dedicación exclusiva. Ante una oportunidad de fellowship que se me presentó en Marquette Univesity, decidí optar por el master, con la conciencia clara que el tenis pasaba a un segundo plano en mi vida.

Mis contactos con el Opus Dei en los Estados Unidos fueron escasos, porque la ciudad donde yo residía estaba bastante lejos de un Centro de la Obra. Sin embargo, la constancia epistolar de los amigos que hice en la Obra en Colombia y los contactos que tenía con los medios de formación cuando venía a Colombia a jugar los campeonatos nacionales, mantuvieron la llama encendida. Pero más que eso, el ideal que el Señor sembró en mi vida cuando tuve los primeros contactos con la Obra: que podía y debía buscar la santidad a través de mi vida, de mi deporte, de mis estudios. Por eso durante los años que estuve en los Estados Unidos, a pesar de la lejanía, procuraba vivir el plan de vida que con tanto cariño se me había enseñado como el medio para ir adelante.

También tuve la fortuna de ir, durante dos vacaciones, entre semestre y semestre, a Chicago donde pude hacer contacto con personas de la Obra. Uno de ellos fue también definitivo en mi vida. Fue un sacerdote con quien me empecé a dirigir espiritualmente. Ese santo sacerdote, a quien ya lo tenemos muy seguramente en el Cielo, se regresó a atender las labores de la Obra en Barcelona. Desde allí recibí una cariñosa carta con una sugerencia inesperada.

Uno de los edificios del IESE en el campus de Barcelona.

El IESE Business School (la Escuela de Negocios de la Universidad de Navarra) hacía muy poco había comenzado un programa master de mucha altura, apoyado y reconocido por la Harvard Business School. La sugerencia consistía en que estudiara la posibilidad de ir a Barcelona a hacer los estudios que quería. Hice los trámites y, gracias a Dios, fui admitido. Allí, durante el primer año de estudios, tuve también “mi Damasco”, como decía San Josemaría: me hice Numerario del Opus Dei.

Terminé el master en 1968, trabajé un año en un banco y luego regresé a Colombia. Hitos de mis años en Barcelona, además de haber pedido la admisión a la Obra, fueron las tres veces que pude estar en tertulias con San Josemaría. Desde entonces mi vida ha sido una aventura maravillosa, procurando servir a la Obra donde en Colombia se me ha necesitado. He tratado de hacer realidad lo que me decía un amigo en un mensaje electrónico que me envió en una ocasión: “la vida es como un partido de tenis. Para triunfar hay que aprender a servir bien”.