He aprendido que todo lo que uno hace debe ser correcto, bien hecho, por el motivo de que al ofrecerle a Dios las cosas así tenían que ser. En mi vida de esposo y padre he cambiado
mucho, porque comencé a darme cuenta de que con Dios había poca relación. Empecé a asistir a la Misa los domingos con la familia, mejoré en el trato con mi esposa, al ser más tolerante y comprensivo.
El sueldo me empezó a rendir más y pude construir mi casa en el lote que nos había otorgado una fundación. Tengo tres hijos: el mayor, que ahora está en el Ejército; la segunda, que es estudiante, y el menor, que llegó diez años después de su hermana
como un regalo de Dios. Ya mi esposa y mis hijas participan en la labor con mujeres del Opus Dei.
En 1996 me ofrecieron trabajar el otro medio tiempo en el Centro Cultural Arrecife, que dirigen las mujeres de la Obra. Poco a poco he ido aprendiendo con ellas la importancia de cuidar las cosas pequeñas en el trabajo que realizo.
El mensaje de San Josemaría pienso que lo puede vivir cualquier persona, sea de donde venga, sea jardinero, albañil, etc. No es necesario que uno sea una persona titulada para que pueda manifestar a Dios que se santifica con su trabajo.