Los Ángeles: El último gran sí de Mons. Adolfo Rodríguez

Fue una coincidencia, pero significativa. Al día siguiente de cumplirse catorce años de su fallecimiento, el 9 de noviembre se presentó en la ciudad de Los Ángeles el libro "¿Te atreverías a ir a Chile?" y el documental "Vino a servir", sobre Mons. Adolfo Rodríguez, a quien el Papa san Juan Pablo II designó en 1988 como quinto obispo de la diócesis.

A 500 kilómetros de Santiago, en plena región del Biobío, en el salón parroquial de San Miguel se congregaron sacerdotes y laicos para rememorar algunos de sus años más felices e intensos como pastor de la Iglesia.

Fue un coloquio familiar, ambiente que tantas veces él mismo propiciaba. Se hizo sentir la huella dejada por este obispo en la diócesis de Santa María de Los Ángeles.

Mons. Rodríguez llegó a Chile como joven sacerdote en 1950, a petición de san Josemaría Escrivá de Balaguer, para poner los cimientos de lo que hoy es el Opus Dei en nuestro país.

Recuerdos imborrables

Estuvieron presentes en el acto el autor del libro, P. Cristián Sahli, la misionera María Cristina Montecinos y el P. Darío Dittus, párroco de Santa María Madre de la Iglesia, así como también muchos que lo conocieron y fueron testigos de su vida.

“Si bien su origen era español, me atrevo a decir que, si llega a ser canonizado, será un santo de nuestra Iglesia. Fue un obispo chileno, ¡se hizo muy chileno!”, señaló su biógrafo.

El espíritu reinante dio pie para que se revelaran las virtudes y anécdotas de Mons. Adolfo Rodríguez. “Para mí estar aquí es muy emocionante. Don Adolfo fue quien me ordenó sacerdote hace 25 años”, contó el P. Darío.

El P. Cristián Sahli junto a la misionera María Cristina Montecinos y su marido, Elías Zapata

También relató algunos de los tesoros que guarda sobre el que fuera su pastor. “Me dejó mucha paz: la irradiaba y además se fundía con esa piedad que vivía”. Ahondando más, explicó que “era de profunda oración y de una paciencia tremenda. Cuando uno llegaba ofuscado o mal humorado y se encontraba con él, venía toda la paz, ahí uno ve lo que es ser pastor: el pastor no rechaza, no increpa, sino que asiste, ayuda y comprende. Monseñor era eso”.

El P. Darío emocionado recordó cómo gracias a don Adolfo su padre tuvo una muerte santa, pues logró –con su ejemplo– convencerlo de que recuperara la fe. “Se puede llegar a la santidad en el lugar donde uno esté, ya sea como profesional, como consagrado, en fin, en cualquier lugar”.

Paralelamente, María Cristina Montecinos recalcó la humildad del obispo con la siguiente anécdota: “Un día en un almuerzo con campesinos –cuando estaba recién llegado a la diócesis– me dijo: –María Cristina no me deje solo, yo no conozco mucho estas actividades de campo.

–Monseñor –le dije– los campesinos van a querer venir a usted y le van a besar la mano, déjelos, no la quite, para ellos es importante. Si vienen los niñitos a tocarle la sotana –porque eso les va a llamar la atención–hágale un cariño en la cabeza.

Los golpes de timón

Mons. Rodriguez se tituló de ingeniero naval en 1945, por lo que –haciendo un símil con la jerga naval– los golpes de timón que Dios le dio en su vida fueron una constante. “Don Adolfo tenía una identidad muy profunda con lo que Dios le pedía, su disposición a decirle siempre que sí era una de sus características (…) en su vida los golpes de timón no eran más que la consecuencia de las cosas corrientes y ordinarias en las que Dios lo buscaba”, señaló el autor del libro, P. Cristián Sahli.

Con gran cariño se preparó una torta para compartir luego del encuentro. La idea: un ambiente familiar que tantas veces Mons. Adolfo Roriguez propiciaba

De esta manera recibió el llamado de Dios al Opus Dei en 1940, cuando era un joven estudiante en Madrid. Más tarde fue ordenado sacerdote y ejerció su ministerio en Barcelona. Estuvo a la cabeza de la Obra en Chile entre 1950 y 1959, y posteriormente entre 1966 y 1988. Ese año fue nombrado por san Juan Pablo II obispo de Santa María de los Ángeles. Este sería el último gran sí de don Adolfo.

Su espíritu de pastor quedó reflejado en la homilía de toma de posesión cuando dijo: “Como pastor de esta porción de la Iglesia que está en Los Ángeles, me esforzaré en tener las puertas abiertas para quienes me necesiten y también para salir a buscar a quienes sin buscarnos necesitan de nosotros, de nuestros servicios”.

Luego, en 1992 se le diagnostica una enfermedad muy dura, que lo obliga a renunciar. Once años más tarde falleció.

El P. Cristián enfatizó que “cuando Dios lo llama al Opus Dei, y luego al sacerdocio, no podía ver como nosotros –con claridad– todo lo que vendría de esas decisiones. De que haya aceptado han dependido tantas cosas importantes que verdaderamente se pueden admirar cuando uno ve toda su vida”.