La Virgen de Lourdes y san Josemaría Escrivá

Nuestra Señora de Lourdes está especialmente unida a una página entrañable de la historia del Opus Dei: el final del paso de los Pirineos que san Josemaría realizó en 1937, con varios hijos suyos y otras personas, durante la guerra de España.

La Virgen de Lourdes y san Josemaría Escrivá

Historia de la aparición de la Virgen en Lourdes

Año 1858. Al sur de Francia, en las estribaciones de los Pirineos centro-occidentales, se encuentra una pequeña localidad, cuya población ronda los cuatro mil habitantes. Se cuenta que Mirat, un jefe sarraceno, ocupó la fortaleza que domina el pueblo en el año 778. Después, acabó convirtiéndose al cristianismo y su nombre de bautismo, Lorus, fue dado a la ciudad, que más tarde se transformaría en Lourdes.

En Lourdes vive Marie-Bernarde Soubirous —a quien llaman Bernadette— la mayor de una familia numerosa y paupérrima; tiene catorce años y ayuda a su madre en las tareas domésticas. 

El jueves 11 de febrero, un velo de bruma envuelve la ciudad y las montañas circundantes. El día es muy frío y húmedo. Bernadette, su hermana Toinette y una amiga, Jeanne, salen a buscar leña a Massabielle. A cierta altura del camino, hay que cruzar un pequeño canal, que confluye en el Gave de Pau. Al otro lado, sobre una gruta, se ve un nicho oval excavado en la roca. En los alrededores, muchas ramas secas.

Ella misma recuerda así lo que sucedió en ese momento: “Cierto día fui a la orilla del río a recoger leña con otras dos niñas. Enseguida, oí como un ruido. Miré a la pradera, pero los árboles no se movían. Alcé entonces la cabeza hacia la gruta y vi a una mujer vestida de blanco, con un cinturón azul celeste y sobre cada uno de sus pies una rosa dorada, del mismo color que las cuentas de su rosario.

Creyendo engañarme, me restregué los ojos. Metí la mano en el bolsillo para buscar mi rosario. Quise hacer la señal de la cruz, pero fui incapaz de llevar la mano a la frente. Cuando la Señora hizo la señal de la cruz, lo intenté yo también y, aunque me temblaba la mano, conseguí hacerla. Comencé a rezar el rosario, mientras la Señora iba desgranando sus cuentas, aunque sin despegar los labios. Al acabar el rosario, la visión se desvaneció”.

Lourdes, 9 de julio de 1960

La Virgen se le aparece dieciocho veces: 11 en febrero, cinco en marzo, una en abril y la última, el 16 de julio de ese mismo año de 1858. Sólo Bernadette la ve. Conforme se suceden las apariciones, multitud de gente acude a su lado; notan gran alegría en su rostro, pero no consiguen ver ni oír nada. Hasta la tercera aparición, el 18 de febrero, la Señora no habla. Ese día, cuando Bernadette le ofrece papel y pluma para que escriba su nombre, la Señora le dice en el dialecto patois local —el de las provincias del Béarn y Bigorre—: “No es necesario... No te prometo hacerte feliz en este mundo, pero sí en el otro”.

El 24 de ese mes, en la octava aparición, musita: “Penitencia, penitencia, penitencia...” Y añade: “Ruega por la conversión de los pecadores”. Al día siguiente, por mandato expreso de la Señora, Bernadette excava con sus manos la fuente de Lourdes, cuya agua tantos milagros ha obrado y sigue obrando. El 2 de marzo le pide que sea erigida allí una capilla, donde se acuda en procesión. Y por fin, en la decimosexta aparición, el 25 de marzo, la Señora revela su nombre. Bernadette se lo pregunta por tres veces consecutivas. Al principio, Ella sonríe, sin responder. “A mi tercera pregunta, la Señora unió sus manos y las llevó sobre el pecho... miró al Cielo... luego, separando lentamente las manos e inclinándose hacia mí me dijo: Que soy éra Immaculada Councepciou, soy la Inmaculada Concepción”.

Bernadette corre a contárselo al párroco, el señor cura Peyramale, en un principio escéptico y desconfiado ante las apariciones, que queda impresionado al oírla. Conoce la ignorancia religiosa de la niña, que aún no ha hecho la Primera Comunión —la recibiría el 3 de junio de ese año— y que no ha oído hablar del dogma proclamado cuatro años antes por Pío IX: que la Virgen fue concebida sin pecado.

El Obispo de Tarbes nombra una comisión que estudia el asunto y en 1862 acepta como ciertas las apariciones de la Virgen. También llegan las aprobaciones pontificias: en 1876, Pío IX delega en el Arzobispo de París para la consagración del templo; León XIII aprueba en 1891 la festividad de la Aparición de la Inmaculada en Lourdes, el 11 de febrero, que Pío X la hace fiesta universal; y Pío XI beatifica y canoniza a Bernadette.

La presencia de la Señora en Massabielle se manifiesta asimismo por los milagros, espirituales y materiales, que allí ocurren.

En momentos difíciles de la historia del Opus Dei

Nuestra Señora de Lourdes está especialmente unida a una página entrañable de la historia del Opus Dei: el final del paso de los Pirineos que san Josemaría realizó en 1937, con varios hijos suyos y otras personas, durante la guerra de España.

El 10 de diciembre era el día señalado para salir del Principado de Andorra y pasar a Francia, desde donde entrarían nuevamente en España por la frontera de Hendaya. Para san Josemaría, quedaban atrás unas jornadas inolvidables, intensas, marcadas por un fuerte agotamiento físico y, en sus primeras etapas, por un hondo desasosiego interior, ante la incertidumbre de si la decisión tomada había sido la oportuna; más tarde, una caricia de Santa María en los bosques de Rialp le había confirmado el acierto del viaje emprendido.

En Andorra consiguieron un permiso de tránsito por tierra francesa, de veinticuatro horas de duración. Apremiaba el tiempo, los caminos eran inseguros, la nieve abundante, el frío intenso, y evidente el agotamiento físico de todos.

“Sin embargo no fuimos directamente a Hendaya –escribe Pedro Casciaro, uno de los que acompañaban a san Josemaría–: el Padre deseaba hacer una escala en Lourdes para dar gracias a Nuestra Señora. El viento era cortante y estábamos todos mojados hasta los tuétanos, muertos de frío y tiritando. Salimos hacia Lourdes muy temprano. El Padre iba en silencio, muy recogido, preparando la Santa Misa. Hicimos un rato de oración y rezamos el Rosario. Al llegar, tras superar alguna dificultad en la sacristía del Santuario -el Padre no había podido conseguir una sotana y no le querían dejar celebrar Misa-, pudo celebrar, convenientemente revestido con una casulla blanca de corte francés, en el segundo altar lateral de la derecha de la nave, bastante cerca de la puerta de entrada de la cripta. Yo le ayudé. En Lourdes no estuvimos más de dos horas. ...” (Pedro Casciaro, Soñad y os quedaréis cortos, p. 129).

A las nueve y media aproximadamente, el Fundador del Opus Dei celebró la Santa Misa a pocos metros de la gruta de Massabielle. Es fácil imaginar la intensidad de aquellos momentos, la fuerza con que san Josemaría rezaría por sus hijos, la paz en España y en el mundo, la expansión del Opus Dei.