Testimonio de un argentino ordenado sacerdote el sábado en Roma

El sábado 23 de abril, en Roma, el Prelado del Opus Dei, monseñor Javier Echevarría, ordenó sacerdotes a 27 diáconos de 13 países miembros de la Prelatura Personal del Opus Dei, entre ellos, Juan Cruz Bustillo, argentino, porteño, e ingeniero agrónomo, quien ofreció su testimonio en una entrevista a AICA después de la ordenación.

Juan Cruz Bustillo nació en Buenos Aires el 7 de mayo 1984. Está por cumplir 32 años. Fue al jardín de infantes El Centavo y cursó primaria y secundaria en el colegio Los Molinos. Es ingeniero agrónomo por la Universidad de Buenos Aires (UBA), y licenciado en Teología por la Universidad de la Santa Cruz (Roma). Ahora está terminando el doctorado en Teología. Antes de ir a vivir a Roma para prepararse para ser sacerdote, trabajó en el campo y como profesor en el colegio Los Molinos.

Es el segundo de 4 hermanos: Tomás, el mayor, es ingeniero agrónomo como él, está casado y vive en el campo con su familia. Después viene él, lo sigue su hermana Cecilia, también casada y con hijos y, por último, Mariana, a quien él espera bendecir la boda dentro de no mucho tiempo. Presentamos su testimonio.

-¿Tenés algún hobbie? ¿Deporte?
-Me encanta el campo, la naturaleza en general (montaña, mar, lago, bosque ¡lo que sea!), el fútbol (Boca, obviamente) pero más para jugarlo que para verlo, el rugby y, en general, todos los deportes aunque no me destaco en ninguno. La educación, no sólo dentro del aula, sino sobre todo a través del deporte y actividades al aire libre, como campamentos y esas cosas. Y la fotografía.

-¿Podés contarnos algo sobre tu vocación? ¿Cómo la descubriste?
-Más allá de las razones que tuvo Dios para llamarme, que son un misterio (la única que Él mismo da es que "elige a los tontos para confundir a los sabios" -Corintios 1,27-), mamá siempre contaba que, desde que nacimos mi hermano y yo, rezaba para tener un hijo sacerdote. Así que creo que las oraciones de “mis viejos” son parte del origen de mi vocación.
La verdad, mi historia no es una gran historia, al menos por ahora, sino una cosa muy normal. Fui educado en una familia cristiana, en un colegio cristiano, rodeado de gente muy santa, cristianos "de los de en serio", por decirlo de alguna manera: mi tío cura "del Opus", mis abuelos, mis preceptores y amigos del club Las Barrancas y del colegio, mi profesor de guitarra… Cada uno fue dejando su huella, su lección de vida, para que pudiera decir que sí a Dios cuando me llamó, a los 14 años.
Creo que lo más importante de toda la historia, y lo que todos estos personajes tienen en común, es que me enseñaron que podés encontrar a Dios, charlar con Él, en lo que te gusta (que en mi caso era el campo, los amigos, los viajes, el fútbol, la guitarra). Las misas que más recuerdo no son en grandes catedrales, sino las del padre Pedro en los campamentos, en medio del bosque de Pinamar o de las montañas de San Martín de los Andes (aunque, en honor a la verdad, tengo que decir que la Misa Criolla en San Pedro con Benedicto XVI en el Bicentenario de la independencia de América no estuvo nada mal).

-¿Qué recuerdos te llevás de tus años cerca del Papa, en Roma?
-Tuve la suerte de conocer a tres grandísimos papas: Juan Pablo II, Benedicto XVI, y ahora Francisco. Me da la impresión de que la gente está acostumbrada a que los papas sean santos, pero cuando estudié historia de la Iglesia me pareció entender que no fue siempre tan así. ¡Tenemos una suerte bárbara! La llegada de Francisco, en mi condición de argentino en el "exilio", fue una emoción enorme. Me hizo sentir muy "en casa". Una vez le di un mate. No lo quería molestar, no quería "la foto con el Papa" para Facebook. Pero en serio que lo vi cansado de saludar a tanta gente y me pareció que se podía refugiar en un mate para tomar fuerzas para seguir saludando. Así que le dije: "Francisco, ¿quiere un mate?" "Me viene muy bien", me respondió, y se lo tomó tranquilo. Me “afanaron” la matera completa dos días después, ¡me quería matar! La bombilla me la había regalado uno de mis alumnos del colegio Los Molinos.

-En estos tiempos, ¿cómo reflexionás sobre tu compromiso?
-Quiero seguir haciendo lo que siempre intenté hacer: acercar a la gente a Dios. Ahora será de otro modo, sobre todo a través de la confesión y la santa misa. De mi parte, intentaré hacerlo lo mejor posible, pero lo importante es que a través de este sacramento del Orden Sagrado sepa mostrar a Cristo, que eso es el sacerdocio. Pero por suerte eso lo hace Dios. Espero serle útil.

-¿Cómo pensás comunicar a los demás la alegría, la novedad y la fuerza del mensaje cristiano?
-Tengo fe en que el Evangelio tiene una enorme fuerza, novedad y alegría. Efectivamente, hay que encontrar el modo de dejar que se transmita con toda su autenticidad y frescura, como hicieron los primeros cristianos, que cambiaron el mundo. Creo que el papa Francisco nos facilita mucho el trabajo en ese sentido. Evangelii gaudium y Amoris laetitia habría que leerlas cada día cuando te levantás. Sin hablar del ejemplo que nos da Francisco con su vida diaria.
De lo que aprendí de San Josemaría, que en este sentido fue otro enorme santo que devolvió ese perfume de los primeros tiempos al Evangelio, una cosa que siempre me gustó e intenté poner en práctica, es lo de que o ayudamos a nuestros amigos a ser "almas de oración", o estamos perdiendo el tiempo. Ponernos cara a cara con Jesús, ser sus amigos, es la clave.

-¿Cómo reaccionó tu familia y qué dirías a los padres cuyos hijos se plantean una entrega a Dios?
-Todos reaccionan tan bien que me parece que hay poco que explicar. Basta preguntar a cualquier mamá o papá de sacerdote: "¿decime las tres alegrías más grandes de tu vida?" y te aseguro que una de esas tres será "Tener un hijo cura". Me parece que lo que todo padre o madre quiere para su hijo es que sea muy feliz. Sólo que a veces podés perder un poco este horizonte y empezás a pensar que lo importante es que tenga un buen título, o que haga mucha “guita”, que "llegue lejos"… Pero las verdaderas alegrías vienen de otras cosas: de poder formar una buena familia aunque para eso tengas que romperte el lomo, de tener alguien a quien querer y alguien que te quiera, de entregar tu vida por alguien (o Alguien), hacer algo por los demás…
Para un hijo lo importante en este sentido es que tus padres te ayuden a descubrir libremente tu vocación, que te den su sabio consejo sin presionar, y que te demuestren que confían en vos y que tenés todo su apoyo para ese camino que elegiste. Y eso gracias a Dios en casa lo tuvimos todos.

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