¿Por qué la Iglesia sigue canonizando?

Extracto de una entrevista al cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos publicada en ABC. El cardenal Saraiva participó en el simposio “Testigos del siglo XX, maestros del siglo XXI” que tuvo lugar en Sevilla el pasado mes de abril.

Cardenal José Saraiva Martins.

Desde que en 1588 fue instituida la Congregación de las Causas de los Santos hasta la elección de Juan Pablo II, los santos eran 296 y los beatos, 808. A lo largo de su pontificado, este Papa ha canonizado 459 santos y ha proclamado 1.274 beatos.

¿Por qué la Iglesia sigue canonizando?

El reconocimiento público de la santidad de los mártires y de quienes han practicado las virtudes de manera heroica es una constante en la vida de la Iglesia, desde sus comienzos. En su carta programática sobre el milenio que hemos comenzado, Juan Pablo II se refiere con optimismo enraizado en la fe a la tarea pastoral apasionante que aguarda a la Iglesia en el momento presente, y no duda en afirmar que el punto de mira ante el que debe situarse esa pastoral es la llamada de todos a la santidad. Dentro de esa perspectiva, el Papa ha querido también dar un fuerte impulso al número de canonizaciones y de beatificaciones a lo largo de su pontificado. Con la canonización, la Iglesia da gracias a Dios, a la vez que honra a esos hijos suyos que han sabido corresponder generosamente a la gracia divina y les propone como intercesores y como ejemplo de la santidad a la que todos estamos llamados.

El simposio al que usted acude en Sevilla aborda la figura de unos cristianos ejemplares del siglo XX como modelos para la gente del siglo XXI. ¿Tiene usted la esperanza de que la vida y la obra de hombres y mujeres como ellos puedan cambiar este mundo en crisis?

Sólo Dios conserva el mundo en su ser y su Voluntad es que todos seamos santos y la creación entera se dirija hacia Él. Pero quiere contar con nosotros, con nuestra respuesta libre. Es cada persona quien tiene que cumplir el proyecto de Dios sobre ella, que es la santidad, en las circunstancias concretas en las que se encuentra. Sería demasiado cómodo y a la vez irreal esperar pasivamente a que cambien las estructuras. Pero, a la vez, la santidad no es un asunto puramente individual, ya que la Iglesia es la familia de Dios y sólo como miembros de ella alcanzaremos la meta. Jesucristo es la Cabeza del Cuerpo Místico, del que forman parte quienes han llegado ya al Cielo o se purifican para entrar en la Gloria o aún peregrinan en la Tierra. En esta maravillosa comunión de los santos y comunicación de bienes se hace realidad la santidad de cada uno. Dentro de este marco se encuadran los beneficios que nos reportan la función ejemplar y la intercesión de los santos. Me pregunta si tengo esperanza. ¡Claro que sí! Acabamos de celebrar la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor: ahí tenemos la respuesta al desánimo que alguna vez puede insinuarse en nosotros, al comprobar la escasa calidad de nuestra correspondencia al querer de Dios. Hemos de estar persuadidos de que la gracia de Dios es sobreabundante, y sobrepuja con mucho todas las dificultades.

¿Por qué el proceso de canonización de Josemaría Escrivá ha sido tan rápido?

La reforma del procedimiento de canonización introducida en 1983 por Juan Pablo II ha simplificado considerablemente el itinerario de las causas de los Santos. Los hechos ponen de manifiesto que varias causas se han tramitado con un ritmo notablemente más rápido que la del fundador del Opus Dei. Josefina Bakhita, proclamada beata el mismo día que Escrivá, ha sido canonizada hace dos años. También están ya canonizadas otras personas beatificadas después, como santa María Josefa del Corazón de Jesús y para el próximo 16 de junio está anunciada la canonización del beato Padre Pío.

Esa reforma de Juan Pablo II ha respondido al deseo expresado por el Vaticano II de ver en los altares a santos contemporáneos, personas que todo cristiano considera más cercanas a las circunstancias en las que se desenvuelve su existencia, porque han vivido en el mismo contexto cultural, con problemas semejantes a aquellos a los que todos nosotros hemos de hacer frente cada día.

Este año se celebra el centenario del nacimiento de Escrivá. Su mensaje, el de la llamada a la santidad de los laicos, de los cristianos corrientes, ¿es la gran revolución que tiene pendiente la Iglesia Católica?

El beato Josemaría Escrivá dedicó su vida a difundir que todo cristiano ha de "santificar el trabajo profesional, santificarse en el trabajo profesional y santificar a otros con el trabajo profesional" o, con otras palabras, "santificar la vida ordinaria, santificarse en la vida ordinaria y santificar a otros con la vida ordinaria". Es evidente la sintonía de este mensaje con el programa que Juan Pablo II ha propuesto a toda la Iglesia al entrar en el Tercer Milenio: «Ante todo, no dudo en afirmar que el punto de mira ante el que debe situarse todo el camino pastoral de la Iglesia es el de la santidad... Los caminos de la santidad son múltiples y se adaptan a la vocación de cada uno. Doy gracias al Señor que me ha concedido beatificar y canonizar durante estos años a tantos cristianos, entre ellos a muchos laicos, que se han santificado en las circunstancias más ordinarias de la vida. Es hora de proponer de nuevo a todos con convicción esta "medida alta" de la vida cristiana ordinaria: toda la vida de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe orientarse en esta dirección» (Tertio Millennio ineunte, n. 29).

¿No terminan quedando obsoletos los mensajes de muchos de los santos que vivieron hace siglos, en muchos casos en circunstancias muy distintas a las actuales?

Entiendo que su pregunta se refiere a la vida de los santos como modelo para nuestra propia conducta. Si es así le respondo que sólo Jesucristo es el modelo. Los santos no son modelos en sentido propio, sino copias o reproducciones, más o menos perfectas pero siempre incompletas del Modelo que es Jesucristo. La santidad es metahistórica, en el sentido de que es la misma ayer, hoy y siempre, pues consiste en cumplir acabadamente el proyecto de Dios para cada uno de nosotros. Y, a la vez, la santidad está profundamente encarnada y enraizada en la historia. La vida de los santos nos muestra un ejemplo de cómo se hizo realidad en sus circunstancias concretas la identificación con Jesucristo.

José M. Otero Bada // ABC (España)