“Personas que te comprenden, que comparten tus mismos ideales”

Fabrizio Bianconi es italiano y vive en Buenos Aires. Conoció el mensaje de San Josemaría a través del libro “Conversaciones”. Años más tarde le presentaron a un sacerdote del Opus Dei y, finalmente, pidió la admisión en la Obra como supernumerario. Es profesor de Matemáticas y Física y piloto privado de avión.

Fabrizio Bianconi dicta Matemáticas y Física, en idioma italiano, en el Colegio Cristóforo Colombo, en Buenos Aires, desde el año 2007. Nació en Perugia, en la región de la Umbría, Italia, hace 53 años. Pero vivió mucho en Roma, donde se doctoró en matemática en la Universidad La Sapienza.

Se topó con el espíritu del Opus Dei en Madrid, donde enseñó en un colegio estatal italiano durante siete años y aprendió el español. Un día, en una librería en el Paseo de la Castellana eligió un libro de entrevistas “Conversaciones con monseñor Escrivá”. Le impactó mucho. “Cuando empecé a leerlo, me lo devoré”, comenta. Y buscó otros libros del mismo autor, comenzando por "Amigos de Dios". “Me impactaron mucho; era una forma práctica de poner por obra el cristianismo. Leí los libros del fundador del Opus Dei antes de conocer a alguien del Opus Dei”.

Compró el libro “Conversaciones con monseñor Escrivá”. Le impactó mucho. “Cuando empecé a leerlo, me lo devoré”.

El contacto personal se dio en el año 2000 a través de un profesor que le daba clases de inglés; le dijo que conocía a un sacerdote del Opus Dei. “Me lo presentó y nos hicimos amigos. Yo vivía la fe cristiana a mi manera, y tenía necesidad de hablar con un sacerdote. Hallé una forma de vivir el cristianismo en el trabajo y en la familia”. Fabrizio está casado y tiene dos hijos: Daniel y Samira.

Piensa que conocer la Obra fue un empujón para vivir más a fondo la fe. “El Espíritu Santo puso a alguien para que me ayudara en el camino de la fe, en las circunstancias ordinarias. En Madrid conocí a personas a quienes he visto vivir la fe con alegría, con espíritu de amistad, de ayuda, de comprensión. Primero me hice cooperador y luego pedí la admisión en el Opus Dei”.

Habiendo vivido en distintos países situaciones muy diferentes,  Fabrizio  comenta: “El hecho de estar en la Obra me ha ayudado a no sentirme solo, a encontrar en distintos lugares personas que te comprenden, que comparten tus  mismos ideales”.

"El hecho de estar en la Obra me ha ayudado a no sentirme solo"

De todos modos, también sabe apreciar en la Argentina el trato fácil y abierto de toda la gente y el trasfondo católico de la sociedad. Vive en el barrio de Núñez y cerca de su casa tiene cinco iglesias. “Es una sensación agradable: donde uno va, ve una iglesia; eso le hace sentirse en casa”. Y conecta esta sensación con el recuerdo de San Josemaría Escrivá cuando llegó a Andorra tras una agotadora travesía a pie por los Pirineos y se sintió acogido al escuchar el repique de campanas.

En la Argentina, Fabrizio pudo hacer realidad un sueño: completar el curso de piloto privado de avión. Lo hizo en el Club Universitario de Aviación en La Matanza, con compañeros mucho más jóvenes. El instructor, de 23 años, era un joven que ahora es piloto de Aerolíneas. “Todos quieren hacer las cosas bien, tratan de ser precisos, atentos, diligentes”, apunta. Entienden que es un trabajo de mucha responsabilidad y Fabrizio trata de transmitirles que lo hagan por amor a Dios. El vuela un par de veces por semana y piensa que en España no hubiera podido hacerlo: hubiera sido muy caro el entrenamiento.

También se encuentra a gusto con los alumnos secundarios, aprecia su trato confiado, aunque advierte que muchos no han elegido ese colegio porque les gusten las materias que él dicta sino, en primer lugar, por aprender el italiano y su cultura, y por la doble titulación, válida en la Argentina y en Italia.

¿Una anécdota? Una noche llegó a su casa –volvía de un retiro en la Obra- y vio que su esposa se había quedado afuera del departamento. La puerta no se abría. Durante una hora ambos trataron de abrirla, infructuosamente. No querían romper la cerradura y gastar en un cerrajero. Finalmente, desistieron del intento. “Vamos a llamar a un cerrajero”, dijeron. En ese momento, su mujer, que no es de la Obra, intentándolo una vez más, dijo: “San Josemaría, ábrela”. Y la puerta se abrió.