La tarea del Opus Dei en el mundo

"Las personas cuando descubren o experimentan el amor de Dios en sus vidas comienzan a amar al mundo apasionadamente", escribe Patricio Olmos, vicario del Opus Dei en la Argentina, en un artículo publicado en el diario Clarín, el 11 de enero de 2005.

Las personas cuando descubren o experimentan el amor de Dios en sus vidas comienzan a amar al mundo apasionadamente, porque su visión se transforma con la caridad de Cristo, esa caridad que se empecina en hacer feliz a toda criatura.

San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, nació el 9 de enero de 1902 y pocos años después se lanzó al mundo llevando el amor de Cristo, que busca saciar tanto los anhelos terrenales como los sobrenaturales de todos los hombres, seguro de que la perfección humana no sólo se complementa sino que se funde y es una sola cosa con la perfección divina.

Por eso enseñó a amar a Dios a través del trabajo bien hecho y alentó a poner en marcha variadas iniciativas en favor de los más necesitados.

Así surgieron colegios para trabajadores rurales, escuelas de enfermería y hotelería, universidades, talleres de capacitación técnica y un sinfín de emprendimientos asistenciales y educativos.

Todos con una misma finalidad: ayudar a dignificar a las mujeres y los hombres, liberándolos de las esclavitudes de la ignorancia, de los errores personales, de las flaquezas y de los condicionamientos humanos.

Al respecto, el fundador del Opus Dei decía: "Amar es tener el corazón grande, sentir las preocupaciones de los que nos rodean, saber perdonar y comprender: sacrificarse, con Jesucristo, por las almas todas. Si amamos con el corazón de Cristo aprenderemos a servir, y defenderemos la verdad claramente y con amor. Para amar de ese modo, es preciso que cada uno extirpe, de su propia vida, todo lo que estorba la Vida de Cristo en nosotros: el apego a nuestra comodidad, la tentación del egoísmo, la tendencia al lucimiento propio. Sólo reproduciendo en nosotros esa Vida de Cristo, podremos trasmitirla a los demás; sólo experimentando la muerte del grano de trigo, podremos trabajar en las entrañas de la tierra, transformarla desde dentro, hacerla fecunda".

San Josemaría, sabedor de su incapacidad para realizar las obras que Dios le pedía, buscó la fuerza, el reposo, el consuelo y el alimento en la Eucaristía. De ese diálogo confiado entre él y Jesús iban surgiendo consideraciones que constituyen una hermosa invitación para todas las mujeres y los hombres: "Vamos, pues, a pedir al Señor que nos conceda ser almas de Eucaristía, que nuestro trato personal con El se exprese en alegría, en serenidad, en afán de justicia. Y facilitaremos a los demás la tarea de reconocer a Cristo, contribuiremos a ponerlo en la cumbre de todas las actividades humanas".

En momentos en que estamos removidos con la tragedia natural de Asia, y por la tragedia causada por errores humanos en la discoteca de Once, le pido a San Josemaría, en este aniversario de su nacimiento, que nos ayude a aliviar tanto dolor, cambiando y memorando nuestro corazón. Y que Dios nos conceda experimentar lo que el papa Juan Pablo II dice en este año dedicado a la Eucaristía: "Es hermoso estar con El y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el "arte de la oración", ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!"