La mujer, una luz en la oscuridad

Reproducimos un artículo del P. Diego Piccardo, vicario del Opus Dei en Bolivia, publicado en el diario La Prensa de La Paz el domingo 13 de marzo de 2011. Con ocasión de la celebración del 8 de marzo, reflexiona sobre la situación de la mujer en la sociedad y la necesidad de impulsar iniciativas de promoción y educación de las mujeres. “Del acceso de la mujer a la educación depende no sólo su vida y su felicidad, que ya sería suficiente, sino también la de todos”, afirma en el texto.

Cuando Adán se encontraba en el paraíso, ninguna de las criaturas suponía para él una verdadera compañía. Estaba entre muchos, pero estaba solo. Todo cambió cuando Dios creó a la mujer. El primer hombre consideró a la primera mujer como el único ser igual a él mismo, y por eso ya nunca estuvo solo. 

Sin embargo, la historia de la humanidad nos carga con la opresión a las mujeres. Más allá de desigualdades laborales o sociales, que son las que dan origen a la celebración del Día de la Mujer, nuestra sociedad todavía sufre gravemente la violencia intrafamiliar; la trata de personas, muchas veces, de niñas; la pobreza, la exclusión educativa, a pesar de los esfuerzos que tantos impulsan. 

Si bien es cierto que, de la mano del progreso económico y político, de la democracia y la educación, la situación de la mujer ha mejorado, en un día como el que se celebró el pasado martes, todos debemos renovar nuestro esfuerzo por el reconocimiento pleno de los derechos de la mujer. San Josemaría Escrivá, un adelantado a su época en cuanto a valorar la condición de la mujer, señala: “En virtud de las dotes naturales que le son propias, la mujer puede enriquecer mucho la vida civil”. Promover a la mujer no sólo es exigir que se la respete siempre y en todo lugar. Es también hacer realmente posible que desarrolle sus talentos, que pueda multiplicar su riqueza y repartirla a manos llenas por el mundo. 

“En virtud de las dotes naturales que le son propias, la mujer puede enriquecer mucho la vida civil” dijo San Josemaría

Por esto, me detengo hoy en la necesidad de impulsar iniciativas de promoción y educación de la mujer, en primer lugar, de la mujer más necesitada, la que no tiene un entorno de vida digno. La educación es el motor de todo progreso humano. San Josemaría señalaba respecto de este punto: “Si [la mujer] se forma bien, con autonomía personal, con autenticidad, realizará eficazmente su labor, la misión a la que se siente llamada, cualquiera que sea: su vida y su trabajo serán realmente constructivos y fecundos, llenos de sentido”. 

La profesionalización de la mujer es condición de inserción social, de progreso económico; es la base sobre la que se edifica la formación de los hijos, y se asegura su subsistencia, la educación lleva consigo acceso a la salud, una nutrición adecuada, y conciencia de los propios derechos. Es la posibilidad de que la mujer haga su aporte único e irrepetible, y necesario, a nuestra sociedad. 

Juan Pablo II decía en su Carta a las mujeres: “Te doy gracias, mujer–trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del ‘misterio’, a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad”. 

Del acceso de la mujer a la educación depende, entonces, no sólo su vida y su felicidad, que ya sería suficiente, sino también la de todos. Hace poco descubrí en internet una ONG que se llama Girl Effect (el efecto niña). El fundamento de sus campañas es que ayudando a una sola niña a salir de la pobreza se puede revolucionar la vida de un pueblo. Una sola niña puede cambiar la vida de cientos de personas, si cuenta con la posibilidad de ir a la escuela, recibir la formación profesional adecuada. Una sola niña puede ser la luz que disuelva la oscuridad de todo un pueblo. 

Éste es el desafío que —todos los días, no sólo el 8 de marzo— pone ante nuestros ojos: no mejores salarios, no un trato cordial. Sin excluir lo anterior, el objetivo es mucho más ambicioso: una nueva sociedad en la que el día de la mujer no sea necesario, en la que verdaderamente todos los hombres y todas las mujeres sean iguales. 

Diego Piccardo, Vicario del Opus Dei en Bolivia