De abogada con honores a mamá full time

Lola tiene 35 años y está casada desde hace 10 con Leo Orlanski. Ambos son supernumerarios del Opus Dei. Tienen 4 hijos, 3 varones y una mujer, y viven en el Gran Buenos Aires. Lola es abogada, se recibió en la UCA con medalla de honor y trabajó en el Poder Judicial durante varios años. Leo también es abogado, trabaja en un Estudio Jurídico. Cuando nació su primer hijo tuvieron que tomar una decisión muy difícil. Lola dejó los tribunales para dedicarse a ser madre full time.

Me encontré con Lola en acción. “Mamá, tenés que comprarme un mapa”; “mamá, ¡mi nesquik está frío!”. Los chicos acaban de llegar del colegio y demandan en la cocina, mientras Lola cierra la computadora abandonando el trabajo pendiente para ocuparse de ellos y abrir la puerta para sacar el perro.

El movimiento en la cocina es total y las voces no callan. Todos necesitan de ella al mismo tiempo y, como por arte de magia, las cosas se van resolviendo con tranquilidad… “No es magia -ríe Lola- es una habilidad que llega al mismo tiempo que nace el primer hijo. La única explicación que encuentro es que esto se logra con una dosis de paciencia y una dosis doble de amor, mucho amor”.

Estoy casada hace más de diez años. Tengo un gran marido, cuatro hijos divinos, un perro y dos gatos. Después de tres varones, de entre nueve y cinco años, apareció la “princesa”, de dos años. Todos son completamente diferentes, lo que implica cada día un desafío. 

Aunque me recibí y trabajé como abogada y profesora durante un largo tiempo, dejé mi carrera para dedicarme a ser madre full time.

Hoy solo doy clases en la universidad dos veces a la semana. Esto fue una gran decisión. Fue hace nueve años y no lo dudé. Aunque pocos pudieron entenderme, tanto Leo como yo estábamos completamente seguros. Fue después de tener a nuestro primer hijo y estar el segundo en camino. Tenía que encargarme de estos “proyectos” tan prometedores…

Hoy, unos cuantos años después, puedo decir que esta profesión de madre me ha enseñando mucho más de lo que esperaba y que no he tenido tiempo de aburrirme. Reconozco que no es fácil. A veces se necesita ser una equilibrista para saltar entre juguetes, marcadores, dibujos, autitos, muñecas y plasticolas. Sí, con tan solo un descuido, ¡lo que se acababa de ordenar puede terminar en un caos total! Y, a empezar de nuevo, “comenzar y recomenzar, siempre en los comienzos”, decía San Josemaría. Es el momento de parar, darnos cuenta que con mucho cariño, firmeza y paciencia se puede convencer hasta al más cabezón de todos los hijos que decidió que bañarse no era lo suyo, o a otro que coma la carne que no le gustaba, o a la más chiquita que no siempre se puede poner el pijama de princesas o comer helado de postre.

No soy de piedra, muchas veces pierdo la paciencia. Los uniformes, las viandas, las invitaciones, fútbol, la feria de ciencias, los actos escolares, cumpleaños, visitas al médico, dentista, arte, y otras cuantas cosas hacen de mi agenda un terreno complicado. Pero, lo importante es que siempre todo termina con una carcajada general. ¡No es para tanto! En esos momentos, recuerdo que mi casa debe ser “un hogar luminoso y alegre” y me siento muy feliz, porque noto la ayuda de San Josemaría cuando parece que lo vamos a lograr o cuando, por un rato, no lo logramos.

¿Fácil? ¡Claro que no! Pero aunque muchas veces el cansancio me gane después de un largo día, no me arrepiento. En los peores momentos cuento con grandes aliados. La primera y principal, la Virgen María, la mujer que mejor puede entender lo que me pasa y consolarme. Además, cuento con la gran ayuda de mi marido y los dos sabemos que con el amor saltamos cualquier obstáculo y que Dios siempre está dispuesto a dar una mano a quien se lo pide.

Cuando más cuesta y pesa, porque el mismo cuerpo siente lo duro del trabajo, veo que realmente todo esto tiene sentido, que esta locura de amor no es un disparate, que cada hijo es un regalo y que realmente vale la pena,  “aunque me cueste, aunque me duela…” siguiendo a Santa Teresa. 

Por la noche, tras haber corrido todo el día (ellos y yo) caen rendidos, después del infaltable cuento de su papá, al que esperan con emoción después de un largo día de trabajo. Ahí tengo la total certeza de que este camino que estamos recorriendo juntos es el mejor de los trabajos que pude elegir, que aunque poco reconocido en la sociedad, alcanza un valor infinito y vale la pena.